En tiempos de crisis (de cualquier tipo, hoy toca la económica) se hacen llamamientos a la unidad, a dejar las diferencias políticas al lado y a aunar esfuerzos para salir del bache y poder, en un futuro cercano, continuar con la vida tal cual era antes de la crisis. Así pues, Yehude Simon se suma a esas peticiones de paz y buena voluntad, que en épocas navideñas suenan más extrañas todavía. «Necesitamos la colaboración de todas las fuerzas políticas del país (…) a los pobres no les interesan las peleas ni los pleitos» declaró el Primer Ministro, en un tono algo demagógico.
Estas peticiones de «dejar de lado» las disputas se pueden entender de dos formas, no contrapuestas, sino distintas, por un lado es «intentemos dejar de lado los debates más o menos banales y trabajemos en lo importante» y por otro es «soy el gobierno y quiero un cheque en blanco sin críticas». Esos «dejemos las peleas y pleitos» es, en definitiva, un llamado al silencio por parte del resto. Esto nos recuerda inmediatamente a García, antes de la cumbre del APEC, pidiendo a los movimientos sociales y sindicales que no protestásemos durante la cumbre, por un mero tema de imagen.
Llamar a la unidad y a dejar aparcadas las peleas es absurdo, no tanto por el lado de abandonar temas más o menos baladíes para concentrar los esfuerzos en una discusión práctica e ideológica del objeto de la crisis, causas, consecuencias y fórmulas de salir de la misma, sino porque esos llamados, de la forma y el fondo para lo que se hacen, significa «dejar hacer» al gobierno.
Hay que tener en cuenta que en temas como una crisis económica es donde más que nunca hace falta el debate, la diferencia política. ¿Para qué queremos partidos si al final todos se comportan de forma orgánica ante temas que tienen lecturas y soluciones tan diversas tras el lente de las ideologías? Esto me recuerda demasiado a los discursos que abogan por lo práctico frente a lo político o ideológico, cuando lo practico no es más que la aplicación concreta de unas respuestas y análisis programáticos e ideológicos (como no puede ser de otra forma), así pues, los fujimoristas (para poner un ejemplo con unos de los abanderados en el discurso de la nueva política de lo práctico) aplicaban unos modelos de mercados liberales y decían que era la solución práctica frente a la ideológica (incluso defendían dicho discurso sobre los que lo planteaban como la aplicación de la ideología liberal).
Una cosa es ser cerrado de miras, o puramente dogmático, y otra cosa, muy distinta, es estar «vacío de ideología» o incluso que existan soluciones plenamente transversales y prácticas sobre las mismas, eso simplemente no es posible. Y la verdad es que prefiero a un gobierno que mantiene una coherencia e ideología clara a uno que se defiende desde lo práctico y aplica políticas contradictorias a golpe de encuestas y de intereses personales, o que aplica dichas políticas por convicciones ideológicas poco o nada transparentes (otra vez, escudándose en lo práctico).
Indudablemente hay que dejar un poco de lado los temas «menos importantes» (o mejor, los superficiales), y el insulto fácil (no vale decir simplemente «García lo hace mal porque es un corrupto», hay que ir un paso más allá), esto último debería estar abandonado en el hacer política, pero,. ya hablando de la crisis actual, hay que dejar claro que es necesario criticar y debatir sobre TODO, como dije antes, sobre las causas, sobre las consecuencias y sobre las alternativas para salir de la misma y, además, para impedir repetir errores en un futuro.
Todo ello se debe hacer desde las diferencias políticas, en un marco discursivo y de debate, y de fiscalización (en el sentido popular) de la actividad del gobierno, nada de lo dicho «entorpece» el actuar del gobierno o el Estado, da alternativas al mismo y permite que quienes aplican dichas medidas puedan hacerlo explicándolas bien a los ciudadanos, viéndose en la doble obligación de justificarlas hasta las últimas consecuencias y analizarlas más allá de lo superficial para explicarlas.
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