[[Publicado originalmente en De Igual a Igual]]
Hoy muchos medios se hacen eco de la nueva ordenanza que regula la publicidad en el «centro histórico» de Madrid en que, entre otras cosas, se prohíbe el reparto de propaganda o los «hombres anuncio» (noticia oficial del tema -fíjense en el eufemismo que usan en vez de «prohibir»-). La noticia oficial toca por encima el tema de las prohibición del reparto de publicidad y de los «hombres anuncio» (personas como soporte de un anuncio publicitario) y habla de que la pronta ordenanza está destinada a proteger «el paisaje urbano de la ciudad reduciendo el tamaño de los anuncios y su iluminación».
Pero lo que ha levantado polvareda no es, tal vez, la normativa en general, o la prohibición en particular (no será el primer casco histórico donde se prohíben estas prácticas publicitarias), si no, tal vez, las razones que en rueda de prensa se esgrimieron para prohibir el trabajo de reparto de publicidad:
«Según han explicado el alcalde y la delegada de Medio Ambiente, Ana Botella, en rueda de prensa tras la reunión de la Junta de Gobierno que ha aprobado este proyecto, el Ayuntamiento de Madrid considera que la actividad de hombre anuncio «ataca la dignidad de la persona».» [El Mundo.]
Lo que realmente ataca a la dignidad de la persona no es el trabajo en sí, si no las condiciones de irregularidad que priman en el sector, y ataca mucho más quedarse sin empleo. El proyecto aprobado (PDF) prohíbe, en el artículo 2.4, en todo el término municipal de Madrid «la utilización de personas como soporte publicitario» y se prohíbe, aemás, repartir folletos en mano (artículo 2.1.c) pero no el reparto de publicidad en los buzones (que viene a ser, en esencia, el mismo trabajo).
También resulta curioso que esos trabajos ataquen la dignidad de la persona y, en cambio, repartir periódicos gratuitos no sea un ataque a dicha dignidad (más aun, el sector cuenta con una nueva regulación municipal, publicada hoy día), cuando las personas que realizan este reparto son también hombres-anuncio en todo sentido.
Lo que parece es que al alcalde de Madrid y su equipo consistorial les molesta que haya gente que anuncie productos o reparta folletos, además, deben ver feo que dichas personas encima sean inmigrantes («normalmente» son quienes reparten dicha publicidad, ya sea en Madrid, Valladolid o Salamanca, hay cosas que funcionan igual en todo el país).
Los trabajos no son dignos «en sí mismos», el trabajo asalariado, por definición, no es digno, ni deja de serlo. Son las condiciones de trabajo las que nos permiten hablar de una ocupación digna o dignificada, y la profesión de hombre-anuncio o reparto de publicidad (la de folletos, prohibida, y la de buzoneos, no prohibida) es, normalmente, indigna por sus condiciones: casi todos los contratos son irregulares, sueldos bajísimos, en algunos casos por debajo del mínimo, pagos por cantidad y no por hora, temporalidad extrema, falta de seguridad social y otros seguros propios de un trabajo realizado en la calle, etc.; y el Ayuntamiento de Madrid, en su afán de reducir la publicidad en la calle (que no lo veo mal) en vez de regular y (ayudar a) hacer cumplir las leyes laborales ha cortado por lo sano y ha prohibido la actividad.
la municipalidad dirigida por Gallardón ataca, con esta medida, a la dignidad de los trabajadores, y no resuelve lo que podría haber hecho (una regulación como la de los repartos de prensa gratuita, con concursos para ocupación de lugares, autorizaciones para las mismas, que se concedan únicamente a aquellas empresas que den condiciones dignas a sus trabajadores mientras que el ayuntamiento vela, a la hora de otorgar las autorizaciones, que el personal de dichas empresas publicitarias o locales que recurran a estas prácticas tenga dado de alta a sus trabajadores y se cumpla las normas, como se hace normalmente en otros sectores) y va a generar más problemas (por lo pronto, contribuye con nuevos parados a la sociedad madrileña).
Suena a un «me afean la ciudad, vamos a echarlos«, en la línea de los ayuntamientos que prohíben la mendicidad en sus plazas o centros históricos, también por ser una ocupación indigna, pero no es que «ataquen la existencia de mendigos» o intenten dar asistencia a los indigentes para que no haya mendicidad, no, para nada, lo que se hace es echar a los mendigos, que vayan con sus problemas a otros lados pero que, por donde los ricos pasean, no se vea gente pobre a no ser que sirvan los cafés en las terrazas privatizadas. Es la solución de Susanita (Mafalda) al problema de los mendigos, esconderlos, ocultarlos. Que por cierto, el alcalde de Buenos Aires tomó por buena…