Javier Ortiz tiene una de las miradas más ínclitas sobre las distintas relaciones de fuerzas en la Sociedad, entre el Estado y sus «clientes», entre las empresas y los ciudadanos, entre las fuerzas políticas y sus rebaños, en fin, sobre las relaciones entre los distintos agentes sociales, y otra vez nos deja su más que sensata opinión en el artículo «ETA, ni úlcera«, aparecido hoy en Público.
El artículo es realmente bueno, así que recomiendo todo su contenido, además que trae una de esas comparaciones entre el mundo etarra y el irlandés, que tanto gustan a los abertzales (el que se les compare con ellos, o el compararse con ellos, mejor dicho) y cuyo resultado es todo menos agradable (o sea, el «mundo ETA» sale perdiendo en la comparación, por sus propios deméritos encima), pero me atrevo a resaltar uno de los párrafos finales del artículo:
«Alguien sentenció que ETA es para el Estado como una úlcera, porque le molesta y le duele, pero no amenaza su existencia. Para mí que ni eso. La violencia de ETA lacera a sus víctimas directas, y a muchos más, por simpatía, pero al Estado, en tanto que tal, ni lo roza. Y además, le da pretextos para endurecer posiciones y leyes en contra de muchos otros que jamás han empuñado una pistola, pero que le causan más problemas.»
ETA, como organización terrorista que pretender imponer su voluntad a un Estado (a dos realmente) se manifiesta como un fracaso total. No sólo por su incapacidad por conseguir objetivo alguno en cuarenta años (que son muchas las guerrillas que no llegan demasiado lejos pero consiguen más) si no porque, su propia forma de actuar, resulta poco molesta en los pilares del Estado contra el que combate. Y si para el Estado de España el actuar de la banda no le «debilita», para el Estado de Francia es una insignificancia total. Otra cosa es lo que podamos decir del ambiente en que se vive en ciertas partes del reino, pero eso no afecta al Estado, mejor dicho, le da justamente alas para aumentar las medidas represivas de todos los tipos. Ya se sabe, la excusa de la seguridad.
ETA debe entender, además, que la situación ha cambiado, no sólo en el plano social, si no en el funcionamiento gubernativo, así como la tolerancia o aceptación del uso de la violencia, e incluso, quienes la aceptan de forma particular o genérica, son capaces de discernir los escenarios en donde esta violencia es posible o conveniente para alcanzar un final, y, además, para aceptar que una violencia, a priori aceptable o estratégicamente funcional, puede manifestarse como inútil o contraproducente. En otras palabras, aun asumiendo que ETA puede usar las armas, no cabe duda, por la sociedad en que vive, que dicho uso no conducirá nada más que a una mayor represión no solo de quienes ponen las bombas, si no de todo su entorno, pagando justos por pecadores y dando pie a reacciones desproporcionadas y peticiones, a fin de cuenta, de venganza que el Estado tiene a bien escuchar, en tanto que refuerzan su propia postura.
Importantes sectores de la ETA primigenia decidieron, manteniendo por completo sus objetivos, que los medios, ante el cambio de situación, también debían cambiar, y son a esos «conversos» (que ETA odia casi tanto más que a los propios representantes del poder político) a los que más daño les hace el camino inútilmente violentista de ETA, a ellos y a todos los que como ellos quieren una patria vasca socialista (al menos eso se supone que persigue ETA).
Javier Ortiz tiene razón cuando subraya que todas las renovaciones que se producen en el interior de ETA van por el mismo camino, en vez de poner la política por delante la posponen y son las bombas las que se llevan la plana, y que cuando esa dirección va madurando en el sentido que ya lo hicieron anteriores dirigentes de ETA (los conversos), ya sea el Estado ya sea el propio funcionamiento interno de ETA, la esperanza de llegar a la mayoría de edad se rompe mientras que otros obcecados vuelven a intentar cruzar por aquel camino tan trillado como falto de final.
Cada vez que un preso pide tregua un chiquillo pone bombas, cada vez que un preso o antiguo dirigente pide una mesa de negociación un niño mimado pone una pistola sobre la mesa, y todo ese baile ni le va ni le viene a un Estado que contempla cómo su «úlcera» es incapaz de arrancarle un poco de dolor, eso sí, los muertos, heridos, sus familias y entornos, y todos nosotros, los ciudadanos, sufrimos la incapacidad de ETA por no querer madurar un poco, por no renovarse como debiera, por no entender que su camino es un fracaso, y que si ellos ven la realidad como un incendio, lo que hacen con sus bombas no es apagarlo, es avivarlo.
A todo esto hay que sumarle, además, lo bien que le vienen estas cosas a los que mantienen actitudes básicamente represoras de la ciudadanía, que rápido salen pidiendo que se endurezcan las penas, que si cadena perpetua o incluso la muerte, que si hay ideas que deben ser prohibidas, que si necesitamos a los GAL otra vez o que si un ajusticiamiento a todos ellos, y esto es mutuo, unos le dan lo que los otros le piden y esos unos son los que, además, fomentan esas peticiones…
Sí creo, a diferencia de muchos otros, que en España se ha marcado un límite en cuanto a la represión por parte del Estado (aunque como en todo el mundo el Estado del Bienestar esté desapareciendo), no lo ha marcado el Estado, claro está, que cuando puede nos sale con un financiamiento a grupos paramilitares, con casos de tortura que no son investigados, con la aplicación de la Doctrina Parot, leyes que aumentan controles generalizados o que aumentan el tiempo de incomunicación de un preso o negándose simplemente a que el total de los interrogatorios sea de todas maneras filmado y ese tipo de cosas, pero aun así, no permitimos, nosotros, que se supere cierto límite de violencia (demasiado amplio para mi gusto, pero al menos es un límite), lástima que solo levantemos la voz ante casos muy graves y que a primeras de cambios olvidemos marcar los límites cuando gentuza como los etarras deciden poner una bomba, y es en esas ocasiones en que se nos vuelve a inundar con medidas «por nuestra seguridad».
ETA hace mucho dejó de ser un instrumento de liberación (según sus propios fines) para ser un entramado criminal más, entre todos los que conviven entre nosotros, con más o menos favor por parte del poder establecido.