Hoy, además del inicio de la Segunda Guerra Mundial, se celebra el triunfo del golpe de Estado del entonces coronel Mu‘ammar al-Qaḏḏāfī (Muammar al-Gaddafi), golpe que derrocó al rey Idris I, rey, realmente, puesto ahí tras la independencia de Libia arropada por una ONU que no supo cómo actuar con la antigua colonia italiana al finalizar la II GM. El régimen feudal era de carácter pro-occidental, permitiendo la explotación del recién encontrado petróleo a multinacionales occidentales. Mientras el rey andaba por Turquía, un día como hoy en 1969, un ala «izquierdista» del ejército da un golpe de estado «pacífico» y hasta ahora se tiene a al-Gaddafi en el poder, 40 años.
Al-Gaddafi es un personaje de todo menos ordinario, excéntrico a más no poder, lleva el país como le da la regalada gana, ha pasado de enemigo público número uno de occidente a fiel aliado de los intereses multinacionales de las compañías estadounidenses y europeas, a las que reparte migajas en forma de millones. Oficialmente este señor no es nadie, oficiosamente es el jefe de estado de facto, dictador del país y magnate que no cumple con ninguna norma básica de un socialista, ni en forma de vivir ni de pensar. Eso sí, es el Gran Líder de la Revolución Verde. Sea lo que sea que eso signifique.
Se declaró, en 1969, un Estado Socialista, que de socialista tiene más bien poco, al punto que el totalizante gobierno mantiene el islam como la religión oficial del país (donde el alcohol, por ejemplo, está prohibido), todo ello aderezado con un panarabismo nacionalista bastante excluyente. Aunque poco ha hecho por apoyar una unión de las repúblicas árabes, salvo, tal vez, ser el país árabe que más ha apoyado la causa palestina, contando la propuesta, hace cuarenta años, de crear un mando militar unificado en defensa de Palestina; eso y el eje con Siria y el Egipto de Nasser.
De enemigos a medio amigos
La historia de Libia es en parte el reflejo de la guerra fría y el imperialismo estadounidense, de cómo un país puede participar sin problemas en diversos atentados terroristas que no ayudan nada a cualquier táctica militar pero son sumamente molestos para quienes los sufren, contando además la venta de armas a movimientos guerrilleros o terroristas que en nada compartían objetivos con Libia, pero el dinero es el dinero.
Mientras tanto, Estados Unidos, con Reagan, decide que la fuerza es la mejor forma de acabar con el molesto país africano, y manda bombardear la capital del país, Trípoli, y Bengasi, un 15 de abril de 1986 (donde murió una de las hijas del líder). Tras la guerra fría, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprueba una resolución endureciendo las sanciones al gobierno libio, así como, tres años después, en Estados Unidos se aprueba una ley para reprimir duramente a empresas que inviertan en el sector energético en Libia o Irán.
En el 97 Libia comienza un programa nuclear «secreto» que comienza a escandalizar hasta a los países que eran más indiferentes al gobierno comandado por un cada vez más excéntrico al-Gaddafi.
Todo ello sumado a guerras en África, y al apoyo más o menos altruista de Libia a los movimientos de liberación en distintos países africanos, para que se libraran de los invasores europeos.
¿Qué pasó luego? En el 2001 se funda la Unión Africana en una ciudad libia, se inicia un proceso de limpieza de imagen del país, que tiene mucho que ver con poner dinero sobre la mesa de víctimas directas de atentados perpetrados con el apoyo del gobierno o que al menos hubiese sospechas del mismo y libios de por medio en los atentados como autores. Incluso Libia se apresuró para condenar los atentados en el 2001 contra las torres Gemelas en Estados Unidos, dos años después el CSONU levantaba la sanciones económicas.
El ultra Aznar, presidente del gobierno español, inició, en ese mismo 2003, lo que serían las nuevas visitas de los mandatarios europeos junto con cuadrillas de empresarios ávidos de contratos comerciales y tratados internacionales que facilitaran sus negocios, al país africano que poco a poco abandonaba el fracasado panarabismo en favor del panafricanismo, a la par el gobierno de Libia se compromete con Estados Unidos a abandonar todo intento de tener armas de destrucción masiva, recordemos que ese año Bush manda invadir Iraq alegando que ese país tenía de esas armas (algo probado falso, y que en esa época solo mantenido por Bush y sus aliados más cercanos).
Continúa la política Libia de indemnizar las víctimas mientras que los países antiguos enemigos levantan las sanciones, estos países occidentales, en toda la hipocresía del mundo, olvidan las reservas que tenían contra la dictadura para firmar acuerdos comerciales, así pues, dejan de levantar la voz por la falta de derechos humanos en dicho país, les comienza a dar igual que no hayan partidos políticos, pero todo está bien si Shell firma un acuerdo con la empresa estatal petrolera controlada por al-Gaddafi, el universo es como tiene que ser, los ricos hacen negocio con los poderosos, en una orgía de intereses mutuos apartadas del pueblo que sigue pasando hambre o siendo totalmente oprimido. Europa y Estados unidos cambiaron sus políticas hacia Libia cuando esta abrió la puerta a multinacionales extranjeras.
En el 2006 Libia dejó de ser un país que apoya a organizaciones terroristas, según la lista confeccionada por Estados Unidos.
¿Libia ha cambiado? No realmente, pero ahora empresas europeas y estadounidenses, fundamentalmente, ganan dinero a costa de los libios, así que la revolución verde de al-Gaddafi pasó de ser el peor de los males a una gran forma de ingresar dinero y, para los gobiernos occidentales, afianzar posiciones geopolíticas en la zona. Mejor imposible.