España está que arde, y no me refiero a los incendios que azotan este país -y hasta siento el chiste malo en un tema sensible-, sino más bien al calor… Pero el calor, lo que se dice calor, no es igual en el norte castellano que en el sur andaluz, no es lo mismo estar en Sevilla bajo el cruel sol y sus cuarenta grados en la sombra que en Bilbao con la sombra lluviosa y refrescante de casi cualquier día…
Y mientras que España se acostaba con mínimos superiores a 14 grados en todas las grandes ciudades y casi todo el país, una pequeña zona castellana vivía una helada en pleno julio, como lo oyen. Helada de verdad, no del chiste malo de que El Arte es Morirte de Frío, esto es, menos de cero grados.
Y así es como un campesino, uno de los pocos que insisten en cultivar maíz en esas zonas, donde no rinde tan bien como otros cultivos, llamó, en medio caluroso julio, a su seguro agrario: «Sí, buenas, llamaba para pedir que vengáis, que se ha helado el maíz», afirma el campesino, preocupado por su cultivo estropeado. Clock, colgaron los del Seguro, fijo que pensaron que era una mala broma, dos días atrás se había declarado el día más caluroso en toda España.
Tras una segunda llamada los del seguro agrario hicieron caso, incrédulos mandaron peritos a los campos y comprobaron que, efectivamente, toda la cosecha de maíz se fue a la porra tras una fuerte helada del día anterior. En la zona las plantaciones perjudicadas fueron, fundamentalmente, las de maíz, sería por su estado de desarrollo para ese mes, sumado a su fragilidad frente al frío.
No es raro, por otra parte, que mientras España pasa calor, zonas como esa sufran algún que otro revés por heladas bastante repentinas, aunque a los pobladores no les saque más que una sonrisa mientras cuentan la anécdota del seguro, porque el que el maíz se vaya al traste ni es noticia ni es nada, sí la actitud de los del seguro, que hasta debe ser un parte de aire fresco levantar acta de una helada en medio de todos los desastres que tienen que ver con el calor y el fuego. Solo con pensar en ello baja dos grados la sensación térmica.
Mientras que en ese pueblo norteño los termómetros marcaron máximos de 22 grados, 85 kilómetros hacia el sur, en la capital provinciana, se tocaban los 30 sin problemas, y ya en la noche la diferencia se agranda, el cierzo hace su trabajo y la temperatura cae sin problemas por debajo de los 10 grados, y se ve a los pobladores con finas chaquetas en pleno final de julio o comienzos de agosto, mientras que en las ciudades cercanas esa prenda se ve como algo lejano en el tiempo, que no se usará hasta meses después.