En los sistemas representativos como el español, una cosa son los partidos y otra muy distinta los votantes. En realidad, hay pocas razones por las cuales participar en un partido político; ahora tal vez un poco más cuando los procesos internos se han abierto un poco (al menos un poquito) y ya el militante puede decir algo (antes la pescadilla que se mordía la cola era muy descarada, entre los militantes las cabezas de los partidos elegían a los que iban a los congresos y estos votaban a las direcciones, con lo que pocas sorpresas se daban en las grandes formaciones). Pero, una vez abierta esta historia, resulta que los partidos tienen cifras de afiliados realmente bajas; y unos censos más bien inflados.
A Podemos, que favorece mucho el que cualquiera se inscriba y los procesos de participación, se le suele señalar como una formación que al final tiene baja participación, con lo que «tendría» su censo bien inflado. Así, en Vistalegre II, donde se jugaban el proyecto del partido con dos machos alfa en competencia plena (estas cosas animan la participación, se supone), el 33,12% del censo electoral (un poco depurado para la ocasión) votó, en cifra absoluta: 151340. Este dato de votos internos, por cierto, es superior a las primeras primarias del PSOE, esas del 2014 donde ganó Pedro Sánchez (con el apoyo de Susana Díaz), aunque peor en el porcentaje; los casi 130 mil votos supusieron más o menos el 66% de participación. Ese censo, de todas maneras, es increíblemente pequeño para un partido histórico, que ha gobernado España en varias ocasiones, que tenía y tiene gobiernos autonómicos, y que hasta hace no demasiado tiempo (bueno, tal vez ya demasiado), tenía acuerdo de doble militancia con uno de los dos principales sindicatos (UGT).
El Partido Popular nos contaba las maravillas de su sistema y la cantidad de afiliados que tenían; sacaban pecho de los más de ochocientos mil afiliados, siendo con mucho el mayor partido de España. Hace nada han reelegido a Mariano Rajoy (con un sistema, cuando menos, complejo) como líder y a la vez como candidato a la presidencia del gobierno (en el anterior Congreso decidieron que, para evitar complicaciones, siempre uno era el otro). Se supone que para ese Congreso todos los militantes, previamente, habían votado representantes (sin mandato alguno, puesto que aún no habían candidatos, cabe matizar), pero, oh sorpresa, cuando se abren los procesos de primarias en las agrupaciones autonómicas, resulta que el censo no estaba nada actualizado (¿cómo se votó previamente a los representantes en el Congreso?) y las cifras de participación no serán buenas, no pueden serlo.
Un botón de muestra: la agrupación leonesa del PP contaba con más de 13 mil afiliados (nada mal), estos tenían que manifestar su intención de votar, ya los activos bajaron a unos 1550 (casi el 12%) y cuando han visto quién anda al día en la cuota (que es a quien se le puede considerar «de derecho» afiliado con derecho a voto -como extra: dieron un plazo para que los afiliados se pusieran al día con las cuotas, lo cual estuvo bien y por lo visto ha supuesto una inyección extra de dinero-) la cifra del censo leonés se ha quedado en 616 (4,61%). Resumiendo lo que ocurre en Castilla y León, una de las pocas comunidades donde sí hay un enfrentamiento de dos personalidades (el alcalde de Salamanca contra el de León, ambos defienden el mismo proyecto y son hijos del mismo Herrera), al final resulta que sus más de 50 mil afiliados no llegan a 7 mil personas con derecho a voto (6845, en concreto), lo que supone de partida unas primarias donde participarán, como mucho, el 13,37% de los que ellos pensaban que tenían afiliados (en el caso de este partido, además de estar afiliado hay que inscribirse en el censo electoral). Lo que está pasando en Castilla y León no es «raro», en Madrid, con Cifuentes como gran promotora interna de las primarias, se han topado con que se inscribieron para votar el 11,52% de los afiliados apuntados (10888 de 94511), en Valencia fue bastante peor, solo el 5,41% (8052 de 148711) y en Canarias, de los 42 mil afiliados, votaron 3738 (8,9%). Los 800 mil afiliados son una acumulación nunca corregida ni actualizada de quienes alguna vez se han hecho el carné del partido (imagino que es como el censo de bautismos de la Iglesia Católica).
Un partido que no es nuevo, Ciudadanos, pero sí recientemente «importante», sacaba pecho de ser la regeneración democrática para descubrir que no solo tiene un censo electoral pequeño (poco más de 20 mil afiliados en toda España), sino que, al faltar chicha y todo ser tan plano, tampoco participan mucho (34,3%, menos de 7 mil votos emitidos). Albert Rivera se vio coronado por una abrumadora mayoría (hasta cuatro días antes parecía que directamente no tendría competencia) votado por una increíble minoría.
Este problema de «mucho número y poca participación» está muy generalizado, no solo afecta a los partidos políticos, es uno de los grandes males de las asociaciones y de ahí para arriba, contando los principales sindicatos y demás. No es raro, estamos acostumbrados a ser meros consumidores pasivos de todo; incluso hoy en día que se habla tanto del consumidor-creador, donde cualquiera puede «crear y compartir contenido» (que es básicamente lo que estoy haciendo ahora), la realidad tozuda es de unos pocos creando y muchos mirando (como en las obras públicas). Nos insisten en un individualismo competitivo completamente arbitrario, donde nuestro igual es, ante todo, el enemigo; donde la participación política es exclusivamente por interés privado (por favor, ¿cuántas veces el político tal salió diciendo que hasta perdía dinero por dedicarse a lo público y luego terminó reconociendo que le pagaban un sobresueldo en sobres?, y estos casos son los menos alarmantes); donde uno se apunta por un beneficio (la importancia de tener carné) pero, en verdad, no estás para responsabilizarte de nada. Luego nos extrañamos del problema del polizón…
Si bien es un problema generalizado en nuestra sociedad, cabe indicar que es doblemente grave en organizaciones que tienen como fin el concurrir «a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política», además de tener que funcionar de forma democrática (art. 6 de la Constitución española, ni más ni menos); aunque esto segundo no lo comparto (y eso que se ha entendido de forma muy laxa), en tanto que puede ser contrario a la propia ideología política del partido (con lo que la estructura no respondería al ideario; normalmente esto ocurre pero por lo contrario, hablan de democracia pero no se la aplican)… pero me salgo del tema, es grave que las organizaciones cuya propia esencia están en la participación y creación de un proyecto común se vean incapaces de movilizar masas críticas de población, de plantear discusiones y cumplir con su cometido, en vez de generar máquinas meramente electorales para que cuatro se coloquen donde pueden y promuevan, desde ahí, sus propias agendas. Pero no solo se ven incapaces, es que en algunos casos, realmente no quieren nada de eso y se justifican plácidamente en que sus votantes y sus afiliados no son lo mismo, que sus simpatizantes no están «ideologizados» y que apoyan al proyecto sin importar quién mande (olvidando un matiz importante: el proyecto de esa misma formación depende de quién manda, pues es quien lo define); en el fondo, lo único que quieren es que les voten cada cuatro años y no que se metan en la vida interna del partido. No quieren militantes, quieren «fans».