Llevo tanto (temporalmente hablando) escribiendo en esta bitácora que no sé bien qué temas ya he tocado; sobre todo porque muchos borradores acaban en la papelera de reciclaje antes que en la portada de este pequeño espacio donde grito. Uno de los temas que creo tengo pendiente es la forma en que entablamos discusiones (en el buen y correcto sentido). Demasiado fácil caemos en la ridiculización del pensamiento del otro para poner, sobre el mismo, nuestro razonado ideario. Así pues, normalmente señalamos pensamientos supuestos de la contraparte que son fácilmente rebatibles y creemos que la tarea ya está hecha. Hemos ganado. ¿El qué? ¿El demostrar que no somos capaces de hablar como adultos responsables y que sabemos solo tirarnos porquería? En realidad hemos ganado en hacer un dos en uno, una apelación al ridículo y hemos creado un hombre de paja.