Son las más grandes empresas las que figuran en el registro de las más grandes sanciones; una de las razones es que se suele tener en cuenta el poder económico del infractor para poner la sanción. Uno de los principios básicos en todo el sistema de control es que infringir una norma no puede salir más beneficioso que cumplirla, y algo pasa con las de Competencia cuando, parece, por más que se termine sancionando, los infractores tienden a repetir en los procesos para, una y otra vez, pagar multas… pero que les quiten lo bailado, como diría aquel.
La noticia del día (semana o mes) en el plano de megacorporaciones internacionales son los procesos emprendidos por la Comisión contra Apple y Google («‘Megasanciones’ a Apple y Google: Bruselas busca ejemplarizar (y recaudar) con los gigantes de EEUU», «La Comisión Europea investiga si Apple evade impuestos en Irlanda», «Irlanda niega haber concedido ayuda estatal ilegal a Apple», «La Comisión Europea abrirá dos nuevas investigaciones a Google», «Almunia reitera que Bruselas podría multar a Google si no presenta nuevas propuestas satisfactorias», «Europa insiste en multar a Google si no acaba con su posición dominante» y «La UE advierte a Google: Android, G+, YouTube podrían ser los siguientes en ser investigados»). Ambos tienen una cosa en común: la comisión europea es la que los persigue por temas de competencia (aunque no el mismo subgénero) y en todo lo demás son casos bastante distintos (incluso las consecuencias).
Otro elemento común, tal vez, sea más bien un síntoma propio del sistema en su conjunto: extremadamente lentos y tardes los procesos, con lo que incluso, una vez puesta la sanción, no sirve de mucho.
Y esto nos lleva, en realidad, a donde quería ir: ¿está saliendo más barato incumplir que cumplir?
El caso de Apple es, simplemente, un ejemplo de la disfuncionalidad del sistema impositivo irlandés en toda la Unión (aunque no es el único territorio que da problemas dentro de la UE, sí es el que se ha dado el lujo de agrupar a los gigantes tecnológicos que llenan las portadas), sobre todo cuando, además de ya ser un país con muy bajos impuestos a las rentas empresariales, pacta (como parece que ocurrió) un impuesto más bajo que el general. Lo que se obligaría, en este caso, sería a devolver el dinero irregularmente ahorrado y se condenaría a Irlanda por estas malas prácticas empresariales.
Suena a mucho dinero cuando aparecen los titulares… alguno hasta pensarán que es confiscatorio, una pasada imposible, que solo busca hundir a una buena empresa; pero es que es una cantidad «no pagada» siendo una pequeña parte de lo ingresado esos años. Lo que es peor, ahora que el músculo económico de Apple (esos más de cien mil millones en «casi» efectivo que tiene fuera de Estados Unidos) los ha conseguido con prácticas poco limpias para la competencia y los ha reinvertido en acabar con la misma, con lo que esos cinco mil millones, además de poderlos pagar sin aplazar un euro y sin notarlos casi en su caja, durante años le sirvieron para consolidarse y han rendido frutos.
Sobre la ingeniería fiscal habría que hablar bastante y establecer los mecanismos apropiados para evitarla. No tiene sentido (ninguno) que una empresa con filial en un país luego facture desde otro (porque ahí son más baratos los impuestos) y, con todo el morro, declare pérdidas o ingresos ridículos en el país desde el que hace negocios. Esto es, resulta inadmisible que una empresa que declara récord en ventas en un país dé pérdidas en ese país porque las facturas se pasan desde otro territorio (y es solo un ejemplo de lo que ocurre en todo el mundo con esas empresas; para el caso español fue toda una polémica a principios de este año). Esta ingeniería fiscal también es la culpable de determinadas compras a precios completamente inflados de unas compañías por otras, es una manera de no pagar impuestos (o pagar menos) al repatriar beneficios mantenidos en paraísos fiscales (o países que, sin llegar a serlo, se les parecen mucho).
Los problemas de Google son distintos, tiene que ver con el abuso de la posición dominante que ya tiene en varios mercados (¡y cada vez más!) y con la facilidad que demuestra en incumplir las legislaciones europeas que le incomodan (normalmente por burocráticas) mientras cumplen, eso sí, la estadounidense en otros puntos que, en Europa, no nos afectan (así, Google borraba resultados -o contenidos, cuando podía- por aplicación de la DMCA para todo el mundo sin ningún problema, mientras ponía mil y un trabas para cumplir con la protección de datos europea; y en Europa decía que era una burrada eso de ir borrando resultados… puede que sea cierto, ¡pero es que ya lo hace!, lo mismo para cuando afirmaba que era técnicamente imposible o muy difícil).
El tener una posición dominante, en principio, no está perseguido (lógico en un sistema que se cree de libre mercado, o que quiere serlo), pues significa el triunfo del propio producto frente a la competencia (comenzó con un genial buscador); lo que no está bien visto es la forma en que se «usa» esa posición de dominio en un mercado: cuando se pretende aplastar a la competencia de otros mercados gracias a la posición en uno que sirve de «puente» o «acceso».
Y ahí comienzan los problemas, Google ha ido ganando posiciones en muchos mercados (por lo visto) abusando de las que ya mantiene por buenos productos; cuando pudo, además, compró a la competencia (contando a Youtube, no lo olvidemos) y listo.
Google, no podemos olvidarnos, tiene una política que no va en favor de la competencia, sino en contra de ella; esto lo vemos ahora con el tema de Android y de las aplicaciones preinstaladas en este sistema operativo y las posibles consecuencias de no plegase al acuerdo (como informan en Xatakamóvil).
Así que multa al canto y, en el peor de los casos, una prohibición (esto último se suele superar pagando más, y ya). ¿A Google le saldría más barato o más caro cumplir con todas las normas europeas que, como parece que hace, incumplirlas? Si la sanción, además, no sirve para corregir la situación, a largo plazo parece que sale mejor incumplir. Sí, pagará mil o dos mil millones (¡o diez mil, si hace falta!), ¿pero cuánto de más gana por ese -posible- abuso?, ¿y si, ya puestos, le sumamos la ingeniería fiscal? Si sus ingresos aumentan equis por estas prácticas prohibidas, evade (ingeniería fiscal mediante) otros tantos, y solo paga una multa del diez o veinte por ciente de equis (que, posiblemente, sumen menos que lo evadido), sigue siendo mejor incumplir que cumplir.
Algo así debieron calcular los de Microsoft en su día. La empresa estadounidenses con capital en todo el mundo, sabe muy bien lo que es tener a la Comisión poniéndote multas constantemente, y también conoce de primera mano lo que significa pagarlas y disfrutar, eso sí, de las consecuencias de haber incumplido (y seguir incumpliendo, en muchos sentidos).