Estoy generalizando de mala manera en el título. Lo sé. Quiero hablar sobre los libros de texto que actualmente (veo) que se usan (desde primer grado hasta bachillerato, por distintos motivos conozco una variedad relativamente amplia de los mismos); de cómo están hechos para que sean de usar y tirar y cómo, por el mal entendimiento del papel de la escuela (o por un concepto totalmente distinto de lo que para mí es y lo que para quienes crean el currículo educativos es); de cómo los padres que tanto se quejan de su existencia son los primeros en reclamarlos; de cómo más que una herramienta terminan siendo jaulas de oro para la formación de los pequeños de las casas. Pero cuando pienso en hablar de estos temas me siento como un total extraño, como alguien que solo tiene contacto con estas materias de forma tangente*, de quien no tiene la profundidad de estudios de, por ejemplo, esos que establecen el currículo oficial o de los que escriben esos libros de texto… Aún así, creo que algo puedo decir (porque así de pedante soy, las cosas como son).
No quiero mezclar mucho los temas, así que me voy a centrar en los libros de texto (como menciono en el título), he mentado los currículos, que son parte de los culpables de que tengamos los libros que tenemos (no los únicos, son las editoriales las que deciden cómo traducen esos decretos en contenido concreto, en cómo un libro de texto «debe ser» delgado o en tomillos y cómo para cada punto se trata de una forma tan… ¿superficial? no, lo siguiente), pero sus responsables son personas distintas, así que hoy, más allá de lo mencionado (y alguna que otra puya)
Con la crisis, el debate sobre los libros de texto se ha vuelto casi «desesperado»: no solo las familias tienen menos recursos como para afrontar la adquisición de tanto material (que no es precisamente barato); sino que los recortes de la administración se sienten con doble fuerza (la disminución de becas de material es muy considerable), con lo que hay familias que han perdido ingresos (los provenientes del trabajo) y, además, ven que la poca ayuda que recibían ha desaparecido.
También es cierto que las soluciones creativas se han hecho presentes en varios lugares y ámbitos: hablo de los mercadillos de trueque de libros (a veces impulsado por el propio centro, otras por los padres); de los bancos de libros; de libros de texto libres realizados por los propios profesores; etc… Todas estas «soluciones» tienen un problema: son paliativas y (en general) locales.
Algunos de los problemas
El primer y principal problema es esa vinculación casi absoluta entre la materia a impartir en clase y un libro de texto determinado (no un genérico de «Ciencias Sociales», sino el libro de este año de la editorial tal), lo cual, en vez de ser una ayuda, es una jaula para todos: padres, profesores y alumnos. Esto, a su vez, es lo que obliga constantemente a comprar nuevos libros año tras año. El reciclaje de libros es bastante bajo. Y de forma normalmente injustificada.
Los libros de texto están vinculados con un currículo que no cambia tanto como se cree (miren abajo) y que todos deben cumplir. Cada editorial lo plasma como le da la gana, con lo que el «contenido concreto» no es igual uno con otro (algunos directamente mal, pero ese es otro tema), pero todos son igual de válidos para estudiar una materia. Si no existiera esa total vinculación de materia-profesor-libro cada alumno debería poder usar cualquier libro de texto, la pluralidad de libros en una clase debería ser una realidad, pero en cambio tenemos una uniformidad. Esto se da, en gran medida, porque el libro no solo tiene el «contenido» sino los «ejercicios» a desarrollar.
Antes era normal ver el libro de texto por un lado y el cuadernillo de ejercicios por otro. O que las preguntas del libro debían desarrollarse en el cuaderno del alumno. Esto al menos sigue siendo habitual (más o menos) en secundaria (ESO), pero en primaria cada vez veo más libros que «fusionan» las dos cosas. El libro de texto debe ser escrito por el alumno, es ahí donde se hacen varios de los ejercicios (no todos, ni siquiera). Con lo que realmente resulta difícil reutilizar un libro completamente garabateado (y a lapicero -bolígrafo que dicen acá-, con lo que no se puede borrar con facilidad). Las editoriales tiran de una técnica muy básica para que los libros no se puedan reutilizar (ahora bien, los padres y profesores podrían poner un pare sencillo en este tema).
¿Acaso cambia el currículo todos los años? Pues no. Existe un falso mito al respecto de esto, el cual dice que el gobierno está compinchado con las editoriales y cambia la norma todos los años para que siempre deba haber nuevos libros. No es el caso (al menos no con la profundidad que el mito indica). Claro que las editoriales (las grandes) son amigas de los gobiernos, pero no es necesario cambiar el currículo para que se exija el último libro de texto, y estas mismas editoriales se encargan de que no se vendan libros suyos de otros años (al menos como nuevos). El sistema en España es de competencia compartida, el Estado establece la base común de las enseñanzas en todos los aspectos y luego es completado por el desarrollo autonómico, bien, desde la actual ley (Ley Orgánica de Educación, LO 2/2006, muy levemente modificada por la LO de Economía Sostenible y su complementaria, de 2011) básicamente tenemos unas enseñanzas mínimas poco tocadas desde el 2007 (solo en el 2012/2013 para Educación para la Ciudadanía y para Ética). En el caso de Castilla y León directamente no se han tocado los currículos (primaria, ESO y Bachillerato) desde 2007 (2008 para Bachillerato). En la mayoría de libros los cambios de un año a otro no pasan de ser estéticos, realmente el contenido no se toca. El currículo de mates no ha cambiado en años y, el contenido, en mucho más tiempo. Tampoco las formas de enseñarlas.
La no necesidad de esos libros
Los libros de texto no son imprescindibles. Y mientras mayores son los alumnos menos necesarios deberían ser. Pero se han vuelto el pilar de la clase, no solo para los profesores, sino para los propios alumnos y sus padres. Conozco profesores que no les gusta atarse a un libro concreto, pero que ven cómo los padres y alumnos los reclaman. Eso lo he visto también con la necesidad casi obsesiva en la carrera por el que el profesor recomiende un manual, que eso de una extensa biografía para la materia (y más cuando tira de monografías) es casi un pecado mortal. Tener un libro de texto concreto como «referencia principal» tampoco está mal, no digo eso, sino someter todo lo que se hace en clase a solo un libro es un problema para todos. Si lo sumamos a lo antes comentado (esos libros que se garabatean) queda un nulo espacio para el trabajo con varios textos o sin libro en paralelo, al final si se tiene un libro obligatorio, el mismo hay que usarlo, sobreutilizarlo y mal-utilizarlo.
Se puede (y yo diría que se debe) construir una clase perfectamente sin libros de texto de referencia (aunque lo he visto muy poco, la verdad); incluso resulta cada vez más interesante que el alumno tenga que buscar la información en varios libros diferentes (y no solo de texto). Esos libros no son el santo Grial, no son necesarios ni pedagógica ni normativamente hablando.
Y esto lo digo dejando al margen lo que a mí me parece un contenido extremadamente superficial de dichos libros (sobre todo para la gente de la ESO y superior); no solo son superficiales porque tienen que cubrir muchos temas en poco espacio (el espacio lo deciden ellos, no las horas que se deben dar, si no el espacio físico ocupado por su contenido, pero quieren hacer algo imposible, libros que cubran ese extenso currículo oficial en muy pocas páginas y llenos de dibujos), lo son porque quieren serlo, prefieren no profundizar en nada para que parezca que con ese libro se «aprende fácil»; se fijan demasiado en «ayudar» al alumno (las negritas en el texto -soy consciente del uso excesivo que hago de las negritas en esta nota, que conste-, los resúmenes al final del tema, cuadros varios cuyo objetivo es privar al alumno del trabajo de hacerlo); en los dibujos porque sí (grandes imágenes que solamente sirven para gastar espacio); y demás cuestiones que en realidad evitan que el alumno acceda a un contenido amplio, útil, que reta al alumno a trabajar y resulta, a la vez, enriquecedor y les da solo lo que necesitan para aprobar. Lea esto (y no todo, solo los recuadros resaltados) y apruebe. Nada más.
Al existir una vinculación casi perfecta entre las clases y los libros de texto (muchos están pensados casi en todas las sesiones y horas concretas que el profesor dará, para que el libro pueda acabarse en el tiempo previsto de forma perfecta, como si se ejecutara una tarea mecánica en una fábrica), lo que ocurre es que estos no sirven para nada más que ser un guión ilustrado de las clases, distrayendo más al alumno que ayudando al mismo a aprender.
Consideraciones finales
Así que esos libros, sin comerlo ni beberlo, son una jaula para alumnos, profesores y padres. Son una droga exigida por todos y criticada por los mismos. Y como drogas son muy caros. Son un gasto constante e innecesario en gran medida. ¿Por qué cada alumno debe tener un libro de esos? ¿Resulta necesario? ¿Cada curso deben cambiar de libro? ¿No pueden leer dos del mismo mientras desarrollan problemas o colocan la respuesta en otra hoja (el cuaderno que a más de uno salva el curso)? ¿No se debería incentivar el trabajo «de investigación» al hacer que el alumno recurra a varios textos para resolver una cuestión?
Aprenderá más si tiene que leer tres fuentes distintas (por más básicas que sean), hacer un resumen de las tres (o de las que estime) y llegar a una conclusión que buscar en un solo libro de texto la respuesta en un recuadro brillante (literalmente muchas veces así se resuelven los ejercicios que vienen en el texto). Sí, la respuesta será la misma, pero el mero esfuerzo que supone todo lo otro hace que el contenido se grabe mejor en la memoria y refuerza otras habilidades (como la comprensión lectora y la redacción). Y, posiblemente, que se entienda mejor dicho contenido. Lo otro es cacarear lo que ponen los barrotes de la jaula de oro.
Los libros de texto fueron (o tal vez pudieron ser) herramientas útiles que en algún momento se volvieron en esclavizadoras de alumnos, padres, profesores y centros educativos.
(Y debemos acabar con la enseñanza de «contenidos estancos y no conectados», sobre todo cuando todos están fuertemente conectados; pero ese ya es otro tema.)
*Los libros de texto de los hijos de amigos y compañeros para los primeros años de primaria y los libros de quinto de primaria a segundo de bachillerato que veo durante el apoyo escolar en el que trabajo de voluntario desde hace un par de cursos (contando el variado apoyo en verano).
Los libros de texto ilustran lo que sólo el sistema de educación está dispuesto a enseñarnos, muchos temas se ven casi al aire, con profundidad a nivel de casi cero. Hoy en día es necesario que se actualicen.