Hace tiempo que vengo escribiendo y reescribiendo una futura entrada sobre las Agencias de Calificación (así, con mayúscula), esas garantes de la ortodoxia a la par que son pruebas de la imposibilidad de la misma. Esto es, en un mercado perfecto las Agencias de esa índole serían francamente inútiles, y contrarias al propio mercado. ¿Por qué? Básicamente porque la información también sería perfecta, y porque nadie en el mercado puede influir en el precio. La existencia de las agencias se sustenta en que la información no es perfecta, no es completa, así que un tercero la «completa», es la que valora el riesgo según una serie de circunstancias y criterios, y porque las calificaciones que ponen a un instrumento financiero o a un emisor de los mismos afecta (y mucho) el precio de dicho instrumento (el tipo de interés que pagará), así que un agente externo tiene la capacidad directa de influir en el precio, con lo que ya vulnera una de las reglas básicas del libre mercado.