Las alianzas políticas para estas presidenciales no tienen ningún sentido. Bueno, lo tienen, son sumas de electorados que siguen a su particular caudillo, pero mientras unos reclaman que las alianzas se hagan sobre bases programáticas, otros suman votos. Escribió hace unos días Carlos Meléndez (también conocido como El Jorobado):
«las alianzas políticas no son acuerdos de las bases (éstas son la extensión de pequeños feudos personales al interior de los interesados seguidores), sino tratos pragmáticos creados en torno a conveniencias políticas, considerando simpatías y antipatías personales, y los pronósticos sobre el humor veraniego del electorado peruano.
Dentro de esta dinámica, alianzas electorales aparentemente incomprensibles (lo que algunos llaman “sancochados”) tienen una lógica pragmática supeditada a la realpolitik de la valla electoral antes que a la coherencia ideológica en un país -mano en el pecho- donde los programas políticos no importan tanto como los programas televisivos.»
Es lo único que nos permite entender que Pedro Pablo Kuczynski, que se presenta como «liberal» y de «centro progresista» (al margen que no lo sea), se alíe con el ex comandante General del Ejército Edwin Donayre, o con Humberto Lay, o con Yehude Simon (¿qué hace él entre esos? ¡quién le viera y quién le ve!), o con… Ya me entienden.