No pensaba escribir sobre esta efeméride, sobre todo tras leer la ínclita entrada de José Alejandro Godoy, Desde el Tercer Piso, y el buen resumen de Ocram, El Útero de Marita, sobre los hechos básicos (digamos, responsabilidades no acabadas), y todo por un «bum» de noticia de Umberto Jara (partes uno y dos, «previas» de un libro que presenta a la sociedad peruana y demás). Y otros tantos se han dedicado a recordarnos el hecho desde lo superficial (lo cual también está bien, pero no me voy a poner a enlazarlos). Esta vez tenía poco que decir. Ahora, me ha sorprendido, en cierta medida, lo cerrados que somos los peruanos, sobre todo cuando hay que defender lo indefendible: La impunidad de nuestras fuerzas armadas (y todo lo que las rodea, contando el más que corrupto Servicio de Inteligencia Nacional, del cual realmente dependían las demás armas). Demasiados comentaristas hablando pestes por decir lo que ya se sospechaba y decía tras el rescate de la casa del embajador japonés: Se ejecutó a emerretistas rendidos.