Izquierda Unida se enfrentó dos veces más al «dilema extremeño», estas dos veces la solución ha sido, en cada caso, distinta. En Andalucía Izquierda Unida ha entrado al gobierno autonómico de la mano del PSOE, no fue fácil, dentro de la coalición de izquierdas incluso hubo un parlamentario que votó en contra del acuerdo, y las críticas le han llovido desde su izquierda, pero las bases aprobaron ese cogobierno. En Asturias IU hacía y deshacía para llegar a un acuerdo con el PSOE a la par que convencer a UPyD que mantuviera su palabra de permitir gobernar al partido más votado (el PSOE), finalmente un acuerdo programático iba a permitir que la coalición de izquierdas entrara al gobierno… pero sus bases han dicho que no a entrar en el gobierno, aunque se apoye, desde el parlamento, al PSOE. Tenemos tres veces la misma situación: IU como llave, PSOE como partido que necesita a IU. Y tres resultados distintos: IU se abstiene y gana el PP (Extremadura), IU vota a favor del PSOE pero no entra al gobierno (Asturias) e IU entra al gobierno en coalición con el PSOE, el segundo partido más votado (Andalucía).
En todos los casos las bases tuvieron la palabra, en los tres casos las bases decidieron cosas distintas, en uno de los casos se opusieron a la política federal de la coalición (Extremadura), en otro se opusieron a lo decidido por su dirección regional (Asturias, al no ratificar el acuerdo de cogobierno alcanzado por los dirigentes de IU con los del PSOE) y en otro aprobaron el acuerdo alcanzado (Andalucía). Acá nos enfrentamos al primer problema: El universo de los afiliados (las bases) es inferior al universo de los votantes. ¿Los afiliados pueden ir contra una promesa electoral? ¿Qué diferencia hay en que esa contradicción la elijan las bases frente a un incumplimiento de la dirección? ¿Cómo podemos acercarnos más a la relación votantes-afiliados?
Son pocos los partidos que consultan a sus bases, y son menos los que lo hacen y además tienen posibilidad de gobernar al menos a nivel autonómico (y todos los que recuerdo, en este momento, son de izquierdas), en estos partidos el poder que tiene el afiliado (de forma directa o indirecta) es, de hecho, superior a otros partidos (donde la estructura fuertemente jerárquica y la cultura política-partidaria repelen la consulta a bases), se basa no en una necesidad de «atraer más afiliados» ofreciéndoles más participación, sino lo contrario, se basa en entender que los dirigentes son eso, personas que dirigen, pero cuyas principales decisiones deben estar aprobadas y refrendadas por los militantes, que no basta la delegación de poder mediante representación para que el partido sea «realmente democrático».
También es una forma de reconocer que los intereses dentro del partido no son orgánicos e iguales, sino que se juntan distintas miradas y que los dirigentes no tienen por qué ser la «voz de la razón» ni son infalibles en todas sus decisiones, y que sus intereses no son inmediatamente los del partido, ni sus decisiones son las que tomaría la mayoría de los afiliados. En otras palabras, se reconocen los límites de la representación delegada y se supera el mito del pensamiento único dentro de un partido, para consultar con las bases temas importantes. Otros partidos optan, por su lado, en darle un poder casi absoluto a una élite que decide incluso quiénes pueden ser los candidatos a dirigir el partido, y la militancia jamás tiene voz en asuntos concretos (con quién se juntan para gobernar, por ejemplo). Muchos militantes de estos partidos que «no consultan» (como el PSOE en Andalucía o Asturias) ya se rebelan, otros parece que ni les preocupa el tema (salvo a una minoría tras el Congreso de Valencia).
Y esto llevado a Perú nos enfrenta a un panorama aun peor: Ni siquiera hay partidos (en el peor sentido de su falta, no en el deseable de «el pueblo unido funciona sin partidos»), o hay muy pocos. Lo que existe en todo caso son estructuras directivas que desprecian a sus bases, bases que si tienen el carné de un partido determinado es por el sistema clientelar del que esperan beneficiarse. En general y refiriéndome a los partidos «grandes», hay algunas agrupaciones políticas (que ya perdieron su inscripción en el JNE y demás) que sí son partido, que sí consultan a su militancia o al menos la tienen algo en cuenta.
Consideraciones finales
Las mayorías no tienen la razón siempre, es absurdo pensarlo (aunque la ficción democrática se base en esto justamente), por no hablar que pocas veces son realmente mayorías, las mayorías también votan en contra de las minorías sin despeinarse (así en los distintos referendos en Estados Unidos para prohibir el matrimonio homosexual, o en Suiza para impedir un tipo de construcción propio de los templos de una religión minoritaria en esos lares), pero más absurdo resulta que una minoría-élite que se presenta como representante de una mayoría (cualquier gobierno en las democracias formales) sea incapaz o se niegue directamente a consultar con «sus bases», esto es, la generalidad del llamado pueblo (y no solo con los ciudadanos, aunque ya sería un paso adelante) una decisión importante (o no tanto, pero sí que afecte), la democracia representativa no se puede agotar en las elecciones periódicas y que esto signifique una carta blanca para los gobernantes (y hagan cosas que dijeron que no harían y demás). En este sentido van muchos de los pedidos de Democracia Real Ya y del Movimiento 15M, también unas reflexiones recientes de Arturo González en Público, entre otros muchos.
Ya he adelantado que existe una diferencia sustancial entre los votantes y los militantes de un partido, así los votantes pueden sentirse «traicionados» por la decisión tomada por los militantes, como podría pasar con los votantes (y militantes) con una decisión tomada por los dirigentes. La diferencia es que cualquier votante puede ser militante (basta con pagar una cuota) dentro de esa asociación voluntaria (el partido), mientras que dirigentes pueden ser pocos. Y puestos a que alguien me «traicione» prefiero que sea una decisión tomada por todos los militantes de un partido antes que por los dirigentes del mismo. Además, para una decisión posterior a las elecciones es difícil al partido abrir un proceso de decisión a votantes cuando el voto en dichas elecciones es secreto. ¿Y abrirlos a todo el mundo? Eso en partidos pequeños abriría la puerta a que los intereses de votantes de otros partidos afectaran a las decisiones del propio/apoyado, así en Extremadura, Andalucía o Asturias, por ejemplo, los votantes del PP y del PSOE tienen diferentes opiniones sobre lo que IU tenía que hacer, que justamente colisionaba con lo que IU debía decidir (eran parte interesada).
Eso en un tipo de decisiones, en otros perfectamente el modelo totalmente abierto no vendría mal. Aunque este modelo de tomar decisiones abriendo la participación a todos los ciudadanos debería realizarse desde el poder político más que desde los agentes que participan dentro del mismo, justamente por el alcance y sentido de la decisión.