Es interesante cómo el debate sobre las aportaciones a los fondos de pensiones privados (sobre todo) o el sistema en su conjunto ha ganado fuerza últimamente, tiene mucho que ver con que haya tocado el bolsillo de quienes pueden poner el grito en el cielo y conseguir que se les haga caso; marcar la agenda. Hace ya años se dio toda una lucha para poder pasar de las AFP al sistema público sin las penalizaciones existentes y, en realidad, haciendo una especie de borrón y cuenta nueva. Lo que pasa es que para las rentas medias y medias altas las AFP son rentables (o pueden serlo) mientras que para las bajas nada, corriendo el riesgo de que lo aportado ni siquiera garantice toda la vejez con un sueldo (un error de diseño en cualquier sistema de pensiones que quiera llevar ese nombre). Las AFP son un gran negocio. ¿Para todos? Puede que para los contribuyentes no. Y como sistema dejan mucho que desear.
Estos días me ha dado especialmente pena en qué se han centrado muchas de las críticas: la obligatoriedad de la aportación (y que esta se haga, en el caso de los independientes -monocontribuyentes, autónomos, etc.- mediante la retención en el propio recibo). De hecho algún medio de la derecha económica aprovechó para cargar las tintas contra todo el sistema contributivo desde el punto de vista de «es mi dinero, no me digas qué hacer con él» y se quedaron más largos que anchos. Este discurso también aparece (y se ha mezclado el tema -en el fondo es el mismo debate- con el de la CTS).
Otros han aprovechado para plantear o querer ver un debate latente más amplio, como Augusto Álvarez Rodrich en su columna de La República del pasado martes, donde concluye:
«Pero en un contexto más amplio, es posible que en la discusión actual sobre las AFP haya mucho más en juego que solo el sistema privado de pensiones –que no es poco por su importancia para el país, la economía y el ciudadano–, sino que sea la antesala de un debate mayor, más extenso y profundo, sobre los beneficios del ‘modelo económico’, una especie de revisión del modelo dentro del modelo que ocurrió en Chile en su última elección, y que podría repetirse –aunque con resultados inciertos– en el Perú, un país que siempre anda mirando de reojo lo que hace el vecino del sur en materia económica.»
El modelo del chorreo no funciona (nunca lo hizo y era iluso pensar que lo haría, sobre todo cuando no se corregía ningún problema básico en cuanto a la formalidad en la economía ni se ponían en marcha mecanismos reales de distribución de rentas (por transferencias, impuestos, inversiones… las que fueran) sino que se esperaba, sin más, a que la magia de un mercado imperfecto por su propia informalidad (que encima se premia) y definición funcionara con criterios éticos de reparto.
La verdad es que «puede» que el debate vaya más allá (nosotros debemos llevarlo), pero me da que, al menos en la opinión impresa y mayoritaria en nuestros medios, más bien irá para el otro lado: sistema voluntario y que el Estado no se meta.
Es cierto que la revisión del sistema aparece constantemente en las campañas presidenciales, de hecho, tanto Humala como García salieron elegidos prometiendo el cambio responsable y la gran transformación (que incluía, si no lo recuerdan, la modificación del sistema de pensiones en Perú y cuyo programa piloto fue la Pensión 65); pero estas propuestas, ni bien llegan al poder, desaparecen como la espuma de las olas. Ambos gobernantes cayeron inmediatamente en el discurso que mantuvieron sus antecesores: goteo o chorreo; todo aumento de la (macro) economía favorece a todos los elementos de la cadena.
Acá la posibilidad de mejorar la situación real de la población peruana choca con una fuerte resistencia al cambio («más vale malo conocido…»; algo que también explica que el Mudo vaya donde va en las encuestas electorales) y, a la vez, con una cultura insolidaria (que el propio sistema la ha nutrido como tal, ha favorecido a niveles absurdamente amplios dicha falta de solidaridad); esto último se ve, por ejemplo, en la fuerte crítica al retorno que tienen las AFP sin tomar en cuenta la posibilidad de cambiar un sistema de capitalización (como el que tenemos) por uno de solidaridad intergeneracional; o la persistente insistencia de «es mi dinero y yo decido qué hacer con él», algo que se mantiene de forma constante cada vez que hablamos de impuestos en términos generales.
Ahora bien, esos llamamientos a revisar el sistema, como el que hace Álvarez, ya vienen con la trampa del marco de debate recortado (revisión dentro del sistema); de hecho, parece que solo podemos discutir si el Estado debe intervenir más o menos o, en su caso, tener la iniciativa o solo actuar de forma subsidiaria para corregir las deficiencias de un mercado que ni es ni puede ser perfecto; pero no se puede plantear de forma contundente si lo que está mal es el sistema económico capitalista en sí mismo (y no su aplicación con unos u otros matices); esto es, como mucho podemos debatir y plantear si queremos más de esa socialdemocracia o más medidas puramente liberales. O lo que debaten los propios socialdemócratas entre la tercera vía y su versión más reformista (y prácticamente abandonada).
Creo que hay dos debates, en realidad, que se pueden abordar: qué hacemos con lo que tenemos (la revisión del sistema dentro del sistema) y qué queremos o hacia dónde deberíamos ir (la reforma del propio sistema como tal). El primero de ellos es el latente actualmente, pero queda medio ahogado por los coletazos algo insolidarios de «a mí no me cobres» (no hay que olvidar que todas esas personas que cuestionan los aportes obligatorios por todo lo que ganan las AFP con ellos pueden ir al sistema público).
El tema de las pensiones es importante (ya sufrimos la carencia de un verdadero sistema de pensiones, con lo que supone en pobreza para los más mayores) y no puede funcionar a golpe de escándalo y reforma parcial…
Actualización (26/8/2014): puede que la primera ministra Ana Jara consiga el voto de confianza (¿por fin?) en el Congreso de la República… lo haría gracias a un anuncio de la mandamás del Partido Nacionalista Peruano, Nadine Heredia, conocida como la presidenta en la sombra y primera dama (no necesariamente en ese orden), que menciona cómo su bancada (no la suya, sino la de los miembros de su partido) votará a favor de suspender los aportes obligatorios a las AFP por parte de los trabajadores independientes. Los bandazos del gobierno y la falta de un plan verdadero en cuanto a las pensiones nos dejan bochornosos casos como este de las AFP.