Sin saberlo, comencé a fijarme en como la gente del entorno se escondía tras sus máscaras, intentando guardar cualquier cosa que les reconociera como individuos, intentando no molestar al resto, todos haciendo lo mismo. Todos han decidido ser como el resto, así ninguno muestra su rostro, mientras fingen ver en las máscaras ajenas las caras de los individuos cuando sólo tienen ante sí un espejo que les muestra su propia máscara, la dada por su sociedad.
Pero ya no era como antes, que nos poníamos las máscaras para ir al trabajo y no mentarle hasta a su santísima madre al patrón, no, ahora la máscara es una necesidad social, donde los seres de la común flor imponen la cultura de la no-identidad, que tanto ellos odian pero que sin ella no pueden vivir, y sólo pueden estar en la realidad que han construido para todos nosotros si claudicamos a su forma de ver la vida, todo en un color, todo en una máscara gigante, el espejo de la vida que no nos permitimos tener…
Esta vez, en la calle, veía como un sujeto guardaba sus argumentos en los bolsillos, para que el resto de la gente que él admira no se den cuenta que ante todo es una persona, un individuo, no puede permitirse el lujo del rechazo en una sociedad donde no es la apariencia lo que realmente importa, sino el entorno de la misma… Ese hombre, miraba alrededor en busca de un estereotipo para comprobar que nadie le viese guardando tan buenas ideas, tan buenas razones, tan buenos argumentos, en lo más profundo de su ser, para reprimir un deseo compartido por todos los miembros de una sociedad, la libertad, que no es poco, pero parece ser que es el único deseo del que no se ha creado superficialidad alguno, así pues, es el deseo tabú de la sociedad, que ha cambiado La Libertad por una libertad, distinta, de otro significado y vacía sin contenido, de la que todos hablan pero nadie entiende.
Me acerqué al sujeto, él no me veía, no llevo esa máscara necesaria para poder ser reconocido por ellos como su igual, y lo que no está a tu altura no se ve, ellos lo dicen, no creo que sea así. Le hablé, pegó un grito, por un momento pensó que uno de los que él veía como iguales lo había pillado teniendo argumentos propios, imperdonable sería su error, pero no, no había sido eso, era un “nisiquiera” quien le había visto, era yo.
No quería hablarme, al menos no quería aparentar que deseaba hablarme, al final, su resistencia era simplemente superficial, como lo era la máscara que llevaba, jugando a fingir que era una persona distinta, me habló como quien se habla así mismo, incluso, sé que no me veía, sé que yo era una simple excusa para desahogarse de la opresión, simplemente me repitió lo que ya sabía, él no era así, pero, lo grabe, él ya no recordaba como era. Ninguno. Parece que todos son eso, un grupo informe sin un solo ser digno de abrazar. Por suerte, aún no sucumbimos, aún hay quienes nos negamos a llevar la máscara de “esa” felicidad para poder luchar por la felicidad, no es lo mismo, nunca lo será, algunos de nosotros somos creaciones de esa mancha herbácea, la antítesis, la negación de la máscara tras un escudo, tan auténtico como nosotros mismos.
Gracias al Señor Peatón aprendí, eso sí, muchísimas cosas, ahora entiendo la metamorfosis latente, ahora la veo, ahora, espero, sabré evitar que los tentáculos de la fatal felicidad anónima abracen mi ser para perder lo único que me define, mi YO, No estoy solo en la cruzada contra lo que, realmente, no existe, porque sé que tú estás ahí, sé que otros como tú siguen con la esperanza puesta en una búsqueda que nunca acaba, si lo hiciera, es porque hemos perdido.
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*Título extraído de una frase fantástica de un cuento sin igual, gracias Sipas Ardnajela, para ti este escrito.