Nadine: el ser y el parecer

Con todo el tema de Nadine Heredia, lideresa del Partido Nacionalista Peruano y esposa del Presidente de la República del Perú (que no es poca cosa, siendo ella «la que gobierna», según las malas lenguas), lo que vuelve a primera plana es el tema de los amiguismos, pago de favores y apariencias. Lo que se decía de la mujer del César, ya saben, eso de ser y el parecer. ¿Que no sabes de qué estoy hablando? Lee (y sigue los enlaces) estas dos notas de Airon Nelson en Útero: «¿Qué tiene de malo que Nadine Heredia use la tarjeta de una amiga? Mucho y acá lo explicamos» y «Se abrió la Caja de Pandora: el gobierno ya aceptó que la plata venía de Venezuela». También, de paso, las explicaciones de Nadine Heredia a Rosa María Palacios: «Nadine Heredia me responde».

Lo primero que me viene a la mente es por qué mantenemos (nosotros y los países de nuestro entorno) la idea tan cerrada de la «primera dama» (no es tan fuerte con «el primer Don», pasa mucho más desapercibido); ¿por qué la esposa de un alto cargo -como digo, casi nunca el esposo- tiene deberes protocolarios de cualquier tipo? Algo que hizo bien Alan García fue cargarse el «Despacho de la Primera Dama», aunque mantuviera una fundación cuya presidencia se ligaba a este «cargo protocolar».

También deberíamos (dejemos de ser idiotas) asumir que si le ponemos obligaciones a alguien (de asistir a algún evento), el cuidado de la imagen (si debe haberlo -es condicional, no estoy seguro de que deba-) tendría que estar a cargo de quien le pone en el brete, o sea, todos. Claro que no sería patrimonio personal (ese vestido, ese traje, ese lo que sea) de quien lo lleva, sino como el coche oficial y todo eso: del Estado (que para algo lo paga; luego que lo remate, si quiere). No entra en esta consideración cuando una persona acompaña a otra porque le da la real gana, ya que no sería una «obligación protocolaria».

El ser

Nadine Heredia, quiera o no quiera, es una persona importante en el país: es la presidenta del principal partido político del Perú (al menos por ahora) y es, además, la esposa del presidente de la República; démosle o no tratamiento de «primera dama», sigue siendo su esposa (esto trae consigo al menos una relación privada evidente de la que una tercera persona puede intentar «sacar provecho»).

A cualquier cargo público se le exige honradez (es como lo más básico), pero también se extiende dicha petición a su «entorno», en este caso, la doble figura de Heredia es importante (la persona más directamente vinculada en lo personal y la líder de su partido en lo político). La honradez no es solo un presupuesto y exigencia básico, sino que pasa por demostrarla constantemente (sí, se invierte la carga de la prueba; lo lamentamos, esto no es un juicio, no tenemos por qué seguir sus principios) y la transparencia es una necesidad inmediata para demostrar la honradez.

Esta transparencia y honradez está también en los pequeños detalles: de quién es el dinero que se usa, cómo se obtuvo ese dinero (acá se incluye, por supuesto, con quién uno se endeuda y en qué condiciones) y si se mueve correctamente (ejemplo de cómo no hacer bien esto último: pasar grandes cantidades de efectivo por la frontera sin declararlo). No tanto «en qué se usa» (siempre y cuando sea legal o esté, al menos, dentro de la esfera privada), eso sería chisme.

Sobre dineros, la verdad, vincularlo a algo del 2005, más allá de marcar tendencias o «amistades que se pagan favores en el tiempo», me parece algo atrevido. Por cierto, que el empresario sea venezolano no lo convierte en emisario del gobierno venezolano directamente, como más de uno quiere marcar; aunque es algo que se puede ver para analizar si Humala mintió en el 2006, pero nada más; no tiene por qué estar relacionado con los pagos de ahora.

El parecer

Nadine Heredia «defiende» su actuación dentro de lo privado: una amiga que le deja una tarjeta, le hace unos encargos de compras y le presta dinero. Todo privado. Incluso aunque realmente más de una cartera no fuera un encargo, sino un regalo, sería algo privado… Falta matizar que la amiga trabaja en lo público desde que Humala es presidente (y no es la primera vez que se señala el cómo llegó al puesto en que está). También cabe destacar que la amiga no tiene las cuentas muy claras (y esto es doblemente grave en su caso, sea dicho). Pero, por ahora, obviemos esa última parte.

Se suele decir en nuestros pagos que Heredia es una verdadera política, a diferencia de su marido, si es así, creo que este es uno de esos casos en que el «parecer» brilla por su ausencia y demostraría cortedad de miras por parte de la presidenta del PNP: ¿Cómo se le ocurre usar los viajes oficiales de su marido para hacer compras para los amigotes de forma tan continua? ¿Cómo se le ocurre usar una tarjeta cuya titular es «una amiga» que trabaja para el Estado? ¿Cómo se le ocurre, siendo quien es, endeudarse con privados, por más amigos que sean?

Dando por buena su explicación (la que da a Rosa María Palacios), creo que Nadine habría demostrado una falta de inteligencia política inmensa. Las apariencias en política son importantes y lo que ha hecho Heredia tiene un aspecto realmente desagradable y sospechoso: la esposa del presidente usando tarjetas de otras personas, con deudas cuyo soporte y fiscalización son nulos, haciendo y recibiendo regalos… Y esto ando por buena su explicación; como mínimo, es un error político gordo.

Por los regalos se puede caer. Muchas veces todos esos pequeños favores y regalos (porque son pequeños; como ese rifle y cacerías en un reciente caso español) son los que levantan la liebre de posibles corruptelas; cuando hay mucho soboneo con la autoridad pública y con sus allegados (porque, amigos, eso es pago indirecto) ya parece que nos acercamos, directamente, al soborno. Mientras alguien está en un cargo público (o su pareja lo está), hay que aprender a rechazar regalos ya sea por pura apariencia (no hacer como lo que hacen: aprovecharse de su puesto para exigir regalitos de gente no tan conocida, pero sí muy dispuesta a hacerlos, que favor se paga con favor) o para evitar, al menos, «reclamos de favores». ¿Estamos ante uno de esos casos en que los regalos destapan algo más grave?

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