¿Quiénes son los euroescépticos?

Hace ya unos días que publiqué la nota sobre las coaliciones y los partidos que se presentan al Parlamento Europeo, mientras redactaba esa entrada pensaba en qué significaba ser «euroescéptico», sobre todo me lo planteaba cuando leía algunos programas y las referencias que encontraba con respecto a algunos partidos (calificados como tales); no tanto cuando encontraba cuando me encontré con esa «excusatio non petita» de una coalición, sino por otros partidos que incluso pedían la salida de la Unión Europea pero a la par reclamaban construir otra Europa. Así que le daba vueltas a qué rayos es eso de euroescepticismo. ¿Es ser contrario a la actual UE o es negar la posibilidad de una Unión Europea -bajo cualquier nombre y forma que supere los estado nación-? En la Wikipedia, por ejemplo, se recogen dos formas distintas de euroescepticismo, una «moderada» o «suave» que es estar en contra de algunas formas que actualmente tiene la UE (donde se enclavarían algunas derechas y muchas izquierdas) y otra «fuerte», que es la que niega la UE como tal (y que, normalmente, es a lo que nos referimos); me parece una clasificación insuficiente o equívoca, al menos.

Toño Fraguas hace unos días publicó en La Marea un artículo titulado «¡Euroescéptico lo serás tú!» en el que se coloca, claramente, en lo que la WP se califica como «euroescepticismo moderado» o, con otra terminología, también se hace referencia como «altereuropeísmo» o «euroescepticismo reformista» y carga, directamente, contra los actuales gobiernos para decir que su comportamiento es el euroescéptico (y el que lo genera entre los ciudadanos).

Aunque comparto con él -un poco, al menos- el lamento sobre lo que actualmente es la UE, creo que se equivoca al decir que el proyecto europeo fue secuestrado por los grupos de poder en contra de los ciudadanos; siendo copado por unos sujetos de traje al servicio del capital. Las comunidades europeas (principalmente la que llevaba de nombre «económica», que lo perdió para ser solo CE y terminó siendo la UE) siempre fueron un proyecto del Capital (con mayúscula) que las socialdemocracias, junto con algunos partidos de derechas, toquetearon un poco para dar cabida a los ciudadanos; pero tampoco mucho. La Unión Europea, desde el primer momento, se funda como una institución que defiende el modelo capitalista; con ese «puntito social» tan propio de las potencias europeas, pero que queda en papel mojado frente al omnipresente mercado (como bien han descubierto los ciudadanos del sur europeo últimamente); lo deja claro el propio artículo 3.3 del TUE (Consolidado). Pero es la defensa de los mercados y la limitación de la intervención de los Estados en los mismos (más allá de la justificación del mantenimiento del buen funcionamiento de los mercados) la base fundamental de la Unión. El Capitalismo (con mayúsculas) siempre es un sistema económico que constituye un poder civil controlado por quienes tienen el poder en el mercado, que si tienen que pisar a los ciudadanos, lo harán; con lo cual, no hay «secuestro» por parte de los grupos de poder económico, ese es el propio diseño de la UE (actual, al menos).

Además de lo dicho, queda claro en las competencias que tiene la UE y, por supuesto, su funcionamiento. Además, primero se ha ido constituyendo un «mercado» para, luego, irlo dotando de elementos «sociales» que tienen una aplicación más limitada que la libertad de capitales y la defensa de los mismos. Un ejemplo de ello es la «Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea», fue adoptada en el 2000 como papel mojado puro y duro; recién en el 2007, con el tratado de Lisboa, se vuelve vinculante 8y de forma muy limitada en su ámbito de aplicación). ¿Para todos los países? Pues tampoco. Ni Polonia ni Reino Unido, en realidad, se ven obligados por la Carta. Le han prometido a la República Checa que ellos tampoco la verán aplicada de forma directa para ellos. Al final, para la protección de los derechos no se recurre a la Unión Europea, sino al tribunal constituido por el Convenio Europeo de Derechos Humanos, que es del Consejo de Europa (sí, hablo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos).

Parece existir, dentro de la Unión, dos grandes fuerzas: una hacia la unión política (cuyo fin -al menos por parte de algunos- sería una federación o confederación) y otra hacia el establecimiento de una zona económica y punto (Reino Unido tira para este palo de forma constante). Existe, claro, una tercera vía defendida por algunos, que vendría a ser una suerte de «consolidemos y mejoremos lo que tenemos», donde la parte política siga teniendo fuerza pero, en el fondo, prime la económica (el autor que enlazo no lo pone tal cual, pero parece caer). En realidad, eso me recuerda a la confederación que se intentó en cierto país y supuso una guerra civil del sur contra el norte… En realidad, este proyecto europeo es y siempre ha sido bastante sui géneris, desde su planteamiento hasta su actual composición; esta tercera vía significa el no abandonar esa diferencia y particularidad, más bien, reforzarlo.

En la nota sobre las coaliciones, y con esto vuelvo al inicio del planteamiento, huí directamente de nombrarlas «euroescépticas» aunque pidieran la salida de la Unión Europea. ¿Por qué? Porque si proponen una construcción de otra Unión Europea no me parecen «euroescépticas» desde el punto de vista de la construcción de un proyecto común de contenido político-ciudadano (por eso, en cambio, sí mantuve el epíteto a una coalición que pide volver a los primeros tratados, de cuando solo importaba el espacio común económico y los ciudadanos no pintaban nada ni eran parte de nada)*.

Creo que la expresión de «euroescéptico» no debe quedar para quienes critiquen a «esta» Unión Europea (construida fundamentalmente por los socialdemócratas europeos junto con el Partido popular europeo) en tanto que cualquier crítica que suponga cambio, si dichas formaciones no la proponen o apoyan, podría ser calificada de «euroescéptica», dejando que sean esos partidos quienes decidan quién es el verdadero europeísta, permitiendo así un uso partidista (directamente) de un epíteto ideológico positivo (en la mayoría de países). Eso, en gran medida, es lo que ocurre con el llamado «euroescepticismo moderado» (colmo de los colmos cuando se aplica a partidos que buscan la federación de la Unión Europea).

Evidementemente, eso no significa que sean pro-UE los partidos, movimientos o ideologías que no quieren «esta» Unión Europea; todos esos planteamientos de una Unión radicalmente distinta (muy claro cuando se plantea salir de la UE y construir una Europa con repúblicas de trabajadores o con una federación de trabajadores que supera con creces los distintos estados-nación actuales), ahí creo que el término «altereuropeístas» no pega mal. Junto (pero no revueltos) a los «altereuropeístas» podrían colocarse los «paneuropeístas» puros, que hablan de una «nación europea» (tampoco son los mismos que los que reconocen el pluralismo nacional).

Europa no es la Unión Europea, el término «euroescéptico», por ello, no se puede acotar a quienes rechazan la (actual) UE, sino que debe hacer referencia al rechazo de una «construcción política europea».

Así «euroescépticos» debería quedar circunscrito a esos partidos, movimientos e ideologías que niegan la posibilidad de unión política de los actuales estados o sus ciudadanos (superando dichos estados); que no quieren, para nada, superar las fronteras nacionales aunque acepten espacios libres económicos (digamos que les gusta más algo como un TLC entre los países europeos antes que la construcción de una Unión Europea como ahora). Esos son los «verdaderos» euroescépticos, sean o no sus planteamientos autárticos en lo económico.

Esto es un poco como con el movimiento antiglobalización; no todos en el movimiento están (estamos) en contra de la globalización entendida como la superación de la frontera nacional (¡todo lo contrario!) sino en contra de «esta globalización» basada en el capitalismo y la dependencia económica sin libertades ciudadanas comunes; por ello el término «alterglobalización» o «altermundialización» surgen para distinguir a aquellos que no quieren saber nada de sus vecinos con los que no queremos saber nada de la globalización del capitalismo pero sí somos internacionalistas (en mayor o menor medida). Estos matices son importantes.

*De hecho, la actualicé para recoger esa diferencia en una de las candidaturas.

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