Ese antes que no existió

Pintura antigua Grecia que refleja la esclavitud en las minas, editada con textos.

En muchos ámbitos de nuestra vida tendemos a «romantizar» el pasado, en fijarnos en lo positivo que pasó ahí y en señalar cómo «lo de ahora» está mal en relación a ese pasado. Es parte de un pesimismo claro en que el presente pinta mal pero el futuro pinta peor. Nuestra mirada cambia de foco y lo de «atrás» se muestra como inmaculado, sí, con sus problemillas, pero ahí está esa gloria. De hecho, el populismo conservador (la ultraderecha) utiliza ese arma para manipular, de esta forma, siempre reclama volver a ser grandes, como «antes», volver a ese pasado imperial glorioso, volver a los «buenos viejos tiempos» donde todo era más sencillo. No quiero caer en un argumento falaz contra un hombre de paja, pero sí voy a generalizar muchísimo y esto tiene mucho de «sensaciones» sobre qué se dice de ese «antes».

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El fin del pasado

La vi llorando en la cocina, no dejaba de moverse inquieta, repitiendo los movimientos que cada mañana hacía, pero esta vez con un extraño temblor en las manos, miedo en los ojos y una expresión desconsolada coronada por las lágrimas, el desayuno, una rutina simple, parecía por primera vez un arduo trabajo procedimental en que algo no encajaba. Me quedé en la puerta viéndole sin saber qué hacer, qué decirle.

—Cariño, ¿estás bien? —conseguí decir.

—Sí, sí —me miró de forma extraviada, buscando en un remoto pasado una referencia para reconocerme hasta que una pequeña luz brilló en sus ojos— sí Jorge, ¿qué haces acá tan pronto?

—¿Pronto? Son las 10…

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