Solidariad de bolsillo

No es solidaridad si va sola, es limpiar la conciencia

Con este tema de la campaña para recaudar fondos para la investigación de tratamientos – curas del ELA, se está poniendo en debate el tema de la «solidaridad» de los españoles; sobre todo por lo poco que ha aumentado en estas tierras la recaudación por más que la campaña está teniendo una gran visibilidad (no sé si realmente la campaña está bien enfocada, es cierto que muchos famosos se bañan en frío y aparece en los medios, pero a veces al reproducir esas imágenes a duras penas se menciona el ELA por encima y pocas veces diciendo que es una enfermedad -con lo que la info queda coja-).

En Radio Nacional hicieron un brevísimo debate al respecto, para concluir que España es un país solidario y bastaba ver las donaciones de órganos o cómo actúa la ciudadanía en esas grandes catástrofes. Puede. Pero es una definición muy genérica. ¿Es solidario un país cuya gente solo marca la equis solidaria en el IRPF en un 52%, siendo un acto que no cuesta absolutamente nada y hace que el Estado destine fondos a temas sociales? Esta pregunta retórica en realidad lleva a otras dos cuestiones: ¿por qué el Estado hace depender de cuánto da al sistema social en la gente que marca una casilla en el IRPF y no lo tiene realmente institucionalizado en los presupuestos en el máximo posible -o en ese 0,7% de lo recaudado por ese impuesto-?, ¿no estoy cayendo en lo que critico cuando intento valorar la solidaridad por una campaña o el hecho concreto de dar? Junto con la pregunta de «mejor doy a lo que yo quiero antes de dárselo al Estado y que lo reparta entre sus amigos» o algo así.

Me cuesta hablar de este tema sin antes definir «solidaridad» y, realmente, me resulta difícil perfilarla correctamente y no con ejemplos en positivo o negativo. A veces parece que solidaridad, caridad y asistencialismo son lo mismo (sí, te miro a ti, Cáritas) y a veces parece que toda sociedad desarrollada es orgánicamente solidaria (parafraseando a Durkheim), aunque realmente -creo- nos encontramos con mera interdependencia y no con solidaridad.

Cuando hablamos de estas campañas de recaudación de fondos (contando la equis solidaria), usen o no mecanismos que generan empatía y vínculo más o menos largo (las campañas de adopta un niño en tal país), creo que no estamos ante Solidaridad (así, con mayúscula), sino en un proceso de caridad. Damos lo que nos sobra o excede y sirve para paliar la mala conciencia o, lo que es peor, para hacernos sentir gente buena aunque el resto del tiempo seamos unos verdaderos canallas. Pero dono dinero. Doy mi diezmo.

Creo que, en general, la sociedad española es familiarmente solidaria (la crisis ha demostrado lo bien que han funcionado las redes familiares; por lo visto, mejor que en algunos países vecinos -claro que se han puesto más a prueba que en otros países del entorno-). Esas redes fuertes que superan el dar cuatro duros, que se basan en la empatía y en la entrega de unos para con otros, ese apoyo mutuo es Solidaridad. Lo malo es que se queda en los círculos cercanos.

El 15-M y otros movimientos similares creo que también se basan en sentimientos y acciones de solidaridad, estos son oasis dentro de unas sociedades desarrolladas basadas en la competencia entre las personas*; amplían de forma social lo que ya es parte de la solidaridad familiar.

Y es que acá llega uno de los límites de la propia Solidaridad en sociedades capitalistas: estas emergen gracias a la competencia egoísta de sus individuos (no quiero decir que el sistema enseñe a poner zancadillas, sino que se fundamenta, dentro del «juego limpio» -siendo generosos-, en el mirar por uno mismo primero, segundo y tercero); son las tradiciones culturales las que mantienen vigente la solidaridad familiar, muy debilitada a como fue (o pudo ser) en el pasado.

La solidaridad debería ser contraria a la competencia dura que nos enseñan que debemos seguir en las sociedades capitalistas (y casi todas las que hemos tenido hasta la fecha); en cambio, la Solidaridad se redefine y se propugna más bien como algo residual, que haces con tus excedentes y que sirve básicamente para mantener la paz social junto con un sentimiento mínimo de pertenencia y de autorealización de «soy buena persona»; sirve para limpiar conciencias.

Es difícil, quiero decir, tener sociedades solidarias donde el otro es el enemigo en la competencia. Más cuando el ritmo de vida de estas sociedades solo permite trabajar y descansar del trabajo para poder rendir en el mismo**. ¿Qué espacio a la solidaridad hay? En el plano que menciono: todavía queda la forma en que uno vive y cómo trata a los semejantes; y acá es donde creo que la sociedad española no puede marcarse como solidaria. Es racista y clasista, no ve al otro como semejante, sino, justamente, lo califica como «otro» y compite «contra él». Los medios llenan las noticias de esta idea subyacente con tal fuerza que abruma.

Esto va al margen de lo que económicamente se pueda aportar; de hecho, cuando veo esas grandes donaciones echas por personas que, además, son cuestionadas por la forma en que realizan ingeniería fiscal o se les acusa de trabajo infantil u otras lacras, solo veo una caridad de lavado de imagen, sea frente a la sociedad -ya se dedican a publicitar la donación- o ante la conciencia propia (seguro que un poco de ambas cosas).

Creo que la Solidaridad está, primero y ante todo, en la empatía con todos donde nos comportamos como iguales al resto y nos hacemos cargo de sus problemas y alegrías, como ellos lo hacen con nosotros; esto nos lleva, necesariamente, a un comportamiento nada egoísta en que se procura una mejor sociedad para otros (nunca mediante el goteo, esa es la forma de asegurar las desigualdades, que unos sean más que otros). Creo que esta es la forma en que nos debemos comportar en la polis, que nos llevaría a ese desarrollo que Piotr Kropotkin pinta en «El apoyo mutuo».

Notas:

*De hecho los movimientos contra los desahucios merecen una nota al margen: hasta que no fue un problema que «puede afectar a cualquiera» el que echaran a su gente de casa producía pocas muestras de solidaridad; incluso ocasionaban un «se lo merece» junto con el «vaya morro tienen». Cuando tocó a amplias capas sociales generó un sentimiento de que en realidad esa forma de echar a la gente sí que era -y es- injusta, con lo cual movilizó a más gente por pura empatía que los directamente afectados.

**Imprescindible mencionar «El derecho a la pereza» de Paul Lafargue y «Elogio de la ociosidad» de Bertrand Russell.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.