Remuneraciones y convenios colectivos

No sé cómo comenzar esta reflexión en voz alta realmente, ni hacia dónde la quiero llevar… Se dice que a igual trabajo debe corresponder igual salario, parece lógico. Se dice también que los convenios colectivos son la expresión de la autonomía colectiva y el medio más correcto de articular las relaciones laborales para que: a) se adapten a cada sector productivo mejor de lo que lo haría una imposición desde el Estado (siempre más lento); b) puedan equilibrar, mediante la fuerza colectiva, al trabajador con el empresario (jurídicamente el dominador en la relación, y no hablemos de la realidad).

Ambos puntos son correctos, tanto en su planteamiento teórico como casi siempre en la práctica, demuestran además que las teorías neoliberales por pura definición son incorrectas (no existe relación de igualdad entre el empresario y el trabajador individual, y el salario no está ligado a la oferta y la demanda ni, por supuesto, hay competencia perfecta, por no decir que el trabajo no es una mercancía, sino que se adquiere la disponibilidad de la fuerza de trabajo -y esto ya lo explicaba bien Marx- que el empresario debe «convertir» en trabajo efectivo, así que tampoco tiene sentido ligarlo a la productividad -máxime existiendo la plusvalía y la división del trabajo-; y vive dios, el mercado de trabajo no cumple ni medio postulado para ser de «competencia perfecta» -los trabajadores no son homogéneos, los costes de movilidad son altos, no hay información perfecta, los salarios nominales son rígidos, etcétera-).

¿Entonces cuál es el problema con los convenios colectivos? Olvidémosnos del principal problema (el trabajo asalariado y el sistema de mercado en que se inscriben) y vayamos un poco a lo concreto: Si se negocia por sectores a nivel nacional el problema está en la adecuación a la realidad local, si negociamos a nivel empresarial, el colectivo quedará sujeto a la voluntad del individuo (del empresario, para ser concreto), si negociamos por sector de actividad, a igual trabajo no corresponde igual salario (un administrativo de un sector hace casi lo mismo que otro de un sector completamente distinto, y su salario es diferente, así como el resto de condiciones laborales), y en cualquier nivel o forma de negociación, nos encontramos con otros problemas: legitimidad de las partes que negocian, posibilidad o no de organización de los trabajadores, el individualismo o conciencia de clase de los trabajadores (cada vez más los trabajadores con capacidad de presión dentro de un sector van apostando por organizaciones de oficio en vez de clase o masas, y demostrando un egoísmo corporativo que va en detrimento de los compañeros de trabajo del sector que estén en distintos niveles), y, por supuesto, la capacidad, por el tipo de trabajo o sector, de presionar más allá de detener la mera producción para poder conseguir mejores condiciones laborales (normalmente consiguiendo la participación de los poderes públicos), también del sistema organizativo del sector empresarial (no es lo mismo un sector plagado de autónomos y con centros productivos de pocos trabajadores que uno de grandísimas fábricas con concentración de trabajadores alta, o con muchos trabajadores diversos con contratos antagónicos o de un sector con obreros más o menos homogéneos), este punto está vinculado con la capacidad organizativa del colectivo.

El salario, así como el resto de las condiciones laborales y extrasalariales, no depende para nada del sector en sí mismo, ni del mercado, depende de las fuerzas en la negociación colectiva (y a falta de esta, del empresario individual y de la costumbre local), así como, en no pocos casos, de la capacidad de negociación de los empresarios con la administración y de estos mismos empresarios entre sí (patente en sectores con altísima subcontratación, al final se llega a un punto en que una organización productiva que debería responder a grandes masas asalariadas está distribuida en un gran número de «autónomos» con pocos trabajadores, todos, tanto el autónomo como sus trabajadores, con condiciones laborales patéticas), así como, sin dudas, por el propio sector productivo (de donde no hay no se puede sacar, los salarios pagados en el campo son infinitamente más pequeños que las retribuciones en el sector financiero, siendo los beneficios de uno y otro simplemente incomparables, sobre todo cuando estamos en campesinos con explotaciones que rozan la mera subsistencia). Todo esto trae consigo un corolario sencillo: Es imposible que en un sistema capitalista a igual trabajo se obtenga igual salario.

Hagan la prueba, revisen diez convenios colectivos que se apliquen en una misma ciudad, y que tengan distintos orígenes (negociación de empresa, provincial, autonómico y estatal; cada cual en distintos sectores), y vean puestos realmente iguales o similares (contables, limpiadores, administrativos, etcétera) y se encontrarán con todo tipo de salarios y condiciones, que, como digo, no responden para nada por el trabajo realizado, ni por el nivel de estudios ni por nada, más allá del poder negociador de las partes y de la significancia o no de solidaridad entre los asalariados.

Ya he hablado mucho y puede que todo ya lo sepan, ya lo hayan pensado, y es lógico, está en la propia naturaleza de la negociación colectiva. ¿Qué es mejor? Ni idea. ¿Cómo solucionarlo? Lo primero que pienso es en la eliminación del sindicalismo de oficio, se debe desterrar la negociación por parte de colectivos con fuerza de presión que actúan de forma totalmente egoísta (se ve cada vez más en sectores especializados, luego te encuentras en que las condiciones del grupo de asalariados está muy por encima de sus compañeros sin justificación real; negocian para sí, no para la clase trabajadora), lo segundo ya lo dejo para una reflexión más profunda, con más datos, siempre teniendo en cuenta las dificultades de la negociación colectiva, porque se puede teorizar mucho, pero no va a ninguna parte si la realidad es tan tozuda como se demuestra día a día, y hay que ir transformándola de a pocos.

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