Comentario a «La Corrosión del carácter» de Richard Sennett

En la asignatura de «Teoría de las Relaciones Laborales» (dentro de «Ciencias del Trabajo») el profesor, Antonio San Martín, nos pidió que hiciéramos dos trabajos (más comentario personal que otro tipo de artículo) eligiendo dos de tres libros, por mi parte escogí «La Corrosión del Carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo» de Richard Sennett y «Cabeza de Turco. Abajo del todo» de Günter Wallraff, y acá les copio el trabajo de «la Corrosión…» (el trabajo es de febrero de este año):

Comentario a «La Corrosión del Carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo» de Richard Sennett

«El capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida.» Richard Sennet1

Introducción

Para analizar el ensayo del sociólogo Richard Sennett, «La Corrosión del Carácter» («The Corrosion of Character, The Personal Consequences Of Work In the New Capitalism», 1998), hay que situar tanto la época en que se desarrolla la investigación como al propio investigador.

Sobre Richard Sennett (Chicago, 1943) podemos recordar que ha desarrollado su carrera intentando explicar las consecuencias del capitalismo en la vida de las personas, primero desde una óptica marxista, después desde una más amplia; es uno de los sociólogos referentes para la izquierda, enmarcándose su trabajo dentro de la «sociología crítica».

Por el lado de la época, en Estados Unidos, al igual que en el resto de los países más industrializados, la crisis del petróleo (1973) trajo consigo además un replanteamiento de la labor del Estado en la economía, llevando a naciones como la estadounidense a emprender la desregulación de los distintos mercados (y el abandono de las doctrinas keynesianas, volviendo a los postulados clásicos del liberalismo) que se expande, en Estados Unidos, hasta 1992 (hablamos de la desregularización iniciada en 1974 y potenciada por las «reaganomics» introducidas desde 1981 por el presidente republicano Ronald Reagan).

Durante todo ese periodo de tiempo la globalización, tal y como conocemos ahora, se va configurando y comienzan a verse sus efectos, a la par que se inicia la flexibilización laboral se hace presente, el trabajo en red de las empresas, y demás, acuñándose, a partir de 1996, el término de «New Economy» («nueva economía»), que describe los cambios estructurales surgidos desde 1992, donde se pasa de una economía industrial a una «de conocimiento», o lo que es lo mismo, de tener un tejido empresarial de grandes industrias a grandes empresas que trabajan en red y que viven dentro de la mundialización económica.

Todos estos cambios económicos tienen un reflejo en la organización de las empresas, en su forma de producción y de relacionarse con sus trabajadores, que es lo que Sennett contempla a lo largo de todo el ensayo que acá se comentará, él analiza los efectos que esos cambios están produciendo en los trabajadores, al margen de la posible bonanza económica de la nueva economía (que no estallaría hasta la explosión de la burbuja de las «punto-com»). Lo que Sennett se encuentra es un mundo en que el cambio se produce rápido y sin sentido real, es el cambio por el cambio, donde el trabajador se encuentra sin perspectivas al no poder generar una narración a largo plazo de su propia vida.

Dentro del libro, tal vez donde mejor se ven los cambios que produce la reestructuración de las empresas y el trabajo a nivel global frente al local, y en la relación con los empleados, está en cuando trata sobre los programadores de la IBM (una de las empresas tecnológicas que más apuros pasó en una época de fuerte crecimiento de su competencia, y que dio un cambio radical con respecto a sus relaciones laborales y funcionamiento), donde, entre otros, se ve la deslocalización de las empresas, la subcontratación, y los efectos sobre los trabajadores, incluso los cualificados, del cambio que se estaba viviendo. Por otro lado, en la historia vital de Rico se describe perfectamente los efectos del trabajo en Red y el «engaño» del «autoempleo» como «liberación» y «control del tiempo», así como los efectos de la movilidad geográfica sin apreciarse mejoras dentro de la movilidad social. Pero estoy adelantando comentarios.

Un recorrido histórico

Es interesante cómo Sennet plantea la propia narrativa del libro, desde experiencias más o menos personales (conocidos relacionados, y en algún caso, con investigaciones anteriores, lo que le permite comparar situaciones diferentes) nos plantea una lectura global de una situación relativamente particular, articulando todas las reflexiones dentro del contexto histórico donde se producen y la tradición que da lugar a los distintos conceptos con los que se trabaja.

Y de ahí, por ejemplo, el recorrido que hace sobre el propio concepto del trabajo o las menciones a los dos puntos de vista sobre el naciente trabajo de fábrica (segunda mitad del ya lejano siglo XVIII) entre Adam Smith y Diderot, el primero ve en la rutina un embotamiento, mientras que el segundo lo veía como «un profesor necesario», un proceso más de memorización, y destacaba sus lados positivos.

Además de hacer un interesante paso por los distintos conceptos sobre el trabajo, como el plasmado en la obra de Weber (con todo el tema de la ética del trabajo) o el concepto marxista (y la alienación descrita por Marx).

En este aspecto creo que es importante señalar los cambios tecnológicos y lo que supone para los trabajadores, una versión moderna de la proletarización generada durante la primera revolución industrial, y lo que ocurrió en la segunda, en muchos campos el trabajador especializado es reemplazado por máquinas, y todo el trabajo depende del «trasto» antes que de los individuos, lo que genera una desvalorización (nuevamente, no es algo reciente) de los trabajadores y, lo que es peor, de la actividad productiva que ellos realizan, no pudiendo relacionarse directamente con la misma. Esto se ve bastante bien en la historia que cuenta de la pastelería, y los cambios que en la misma se produjeron a lo largo de estos años.

Los cambios producidos en las sociedades industrializadas (post-industriales ya) también afectan a la relación de los propietarios de los medios de producción con dichos medios, de un estilo acaparador (en el sentido de propiedad y control) de todos los aspectos de la producción y todo ello a largo plazo (y pone de ejemplo a Rockefeller) a una era flexible, donde los grandes propietarios no dudan en desprenderse de tal o cual actividad o producto, no desean poseer las fábricas o medios, sino usar las que otros poseen, y tienen gran facilidad para «cambiar» (y Sennett usa de ejemplo a Bill Gates), este desapego y funcionamiento de las empresas afecta, por supuesto, a los trabajadores que en ellas laboran. Dentro de esa flexibilidad, nos dice el autor, puede resultar cómoda para los grandes propietarios, pero no para los trabajadores, ellos solo obtienen desorientación.

Hay que tener en cuenta que todos los cambios que se producen en la estructura de las relaciones laborales tienen que ver con las fuerzas existentes en ellas, en cómo se relacionan, y que, como se señaló en la introducción, estos cambios se han ido produciendo porque así lo han querido (consciente o inconscientemente) los propietarios de los medios de producción (o al menos, del capital para ello), la época de crisis se aprovechó para reestructurar el tejido empresarial, en paralelo se debilitó a los agentes sociales colectivizadores de una de las partes del juego (el declive de los sindicatos), y el Estado dio luz verde a un marco jurídico en que su papel era relegado, así como unas ideas de cómo la empresa debe funcionar, todo ello con el necesario sustento conceptual dado por las ideologías (mientras, curiosamente, se declaraba el fin de las mismas), genera necesariamente un cambio en los conceptos de trabajo y, a la postre, afecta a cómo las personas se relacionan entre sí y con su actividad productiva (que sigue siendo la principal actividad del individuo).

Es interesante observar cómo algunos problemas propios de la segunda revolución industrial (y toda esa «organización científica del trabajo») se mantienen y acrecientan en la «sociedad del conocimiento», sin ir más lejos, y a modo de ejemplo, podemos poner el trabajo en la panadería tras la tecnificación de la misma y aplicar las críticas que hacía Braverman al taylorismo a la nueva situación de dicha panadería, se ha descualificado el trabajo (ya no hay que ser «panadero» para hacer «pan»), aunque no es tanta una «estrategia» para mantener la dominación en sí misma, sino la línea recta entre conseguir más mano de obra y mantener la producción (esto es, conseguir la eficacia en la asignación de recursos y tener mejor posibilidad de obtener el personal con la cualificación suficiente, mientras más baja, más personal potencial) y abaratar costes de por medio, por supuesto que a la empresa (en abstracto y general) le interesa muy poco el bienestar de sus trabajadores siempre y cuando den el resultado buscado y deseado, máxime cuando los propietarios y los gerentes no son los mismos, esto es, la disociación entre el capitalista y quien controla en efecto los medios de producción (fórmula propia de las corporaciones).

El trabajo en la actualidad

Así pues, para centrarnos más en tiempos modernos (sin querer ni mucho menos menospreciar lo que significa la propia historia), Sennett comprueba un cambio profundo en el concepto de trabajo y en la forma de trabajar en el «nuevo capitalismo», donde se abandona el trabajo puramente rutinario y estable, que, además, definía al individuo, y los vínculos que él desarrollaba, a un sistema de producción basado en la flexibilidad (aunque en la práctica la mayor parte de los trabajos son rutinarios, ya el puesto no es estable como antaño, no hay tampoco compromiso con el mismo), el cambio por el cambio (se considera positivo en sí mismo), el trabajo en equipo (con una «ética opuesta al trabajo y, a la postre, la pérdida de importancia social del propio trabajo, la pérdida del valor del mismo.

Todo ello, siempre, relacionado con el individuo y su entorno social, sobre cómo genera el «yo» y el «nosotros», sobre cómo realiza los planes de vida. Sennett ve la pérdida de la posibilidad de «organizar la vida» como lo hacía la generación anterior, cómo la nueva organización del trabajo no genera un «compromiso» con un colectivo concreto, estando, curiosamente, el individuo más solo ante el peligro (si se me permite la expresión) que en otro contexto, donde podía existir la solidaridad de quienes están en el mismo nivel o en otras comunidades con vínculos fuertes (acá se ve, además, la importancia de las comunidades nacionales inmigrantes dentro del contexto de una ciudad como Nueva York).

Me pareció bastante interesante, además, la forma en que Sennett aborda el cambio del lenguaje que acompaña al cambio conceptual de la forma de trabajar, el cómo nos venden dichas modificaciones (siempre como mejoras, siempre como «hacernos dueños del tiempo y el espacio») y cómo la realidad es tozuda y nos devuelve un «esclavismo por objetivos» frente a la «esclavitud del reloj» de Taylor, pero de liberación nada. Además de perder lo único de lo que éramos dueños, de la planificación de nuestra vida (siendo más difícil, sino imposible, en un contexto tan flexible).

El cambio de lenguaje, que acompaña al cambio de las relaciones laborales, también está patente en la relación entre jefes y subordinados, en la idea de autoridad y legitimidad, y cómo estos cambios en vez de ayudar a construir grupos, lo que hacen es generar competitividad entre compañeros (entre los integrantes de los equipos de trabajo), desarraigo de clase, mayor presión sobre los trabajadores (en tanto que los resultados beneficiosos y los costes de la ineficiencia repercuten en el grupo), en vez de hacer más libre e igualitario el trabajo, lo que generan es confusión, nos dice Sennett, entre los empleados.

En los cambios en relación con la autoridad dentro de la empresa (y la desburocratización de las mismas mediante la generación de redes en vez de estructuras piramidales, donde una parte es extraíble sin afectar, aparentemente, al resto), los mismos no se han producido para favorecer a los trabajadores (esa modificación del «jefe» por el «entrenador»), sino para mayor gloria del superior jerárquico, que, además, se libra de asumir la responsabilidad por las decisiones que toma (o que ya no toma), todo se vuelve «inevitable», a la par que este poder sin autoridad, concluye el autor, permite al líder negar la legitimidad de las «deseos y necesidades» de los subordinados, siendo cualquier pretensión como un ataque al sistema «igualitario de cooperación», esto es, a todos los compañeros; negando en la base en conflicto dentro de la empresa, la división real del trabajo (que es real), y planteando, finalmente, una estructura totalmente funcionalista de la empresa, eso sí, en que nadie es responsable de nada, salvo el trabajador final, que lo es de todo.

El trabajo en grupo, además, da una falsa imagen de igualitarismo entre los trabajadores de distintos rangos, y condiciona, en gran medida, su forma de comportarse (está vinculada con el equipo y el «qué pensarán»), relacionado con lo anterior, las relaciones de poder en estos equipos están disociadas de la responsabilidad por manejar ese poder, y se basan, estas relaciones dentro del equipo, en un componente coyuntural, fugaz, frente a relaciones más estables.

Clases sociales

Resulta bastante interesante la aproximación que hace el autor a las clases sociales, más cuando el concepto de las mismas es distinto a este lado del atlántico, además que lo vincula con los colectivos en los que el individuo se incluye, esto es, la identidad étnica. Así nos enseña que la clase en Estados Unidos no se mide dentro de conceptos socioeconómicos (como pasa, entre otros, en Europa), sino en relación con la valoración personal que hacen de sí mismos, además de elementos identitarios étnicos.

Esta parte nos muestra un antes y un después, y cómo se compone la sociedad estadounidense, el racismo subyacente a toda la organización social, por medio de los grupos nacionales, y la inexistencia, finalmente, de la solidaridad de clase (entendida como se hace en Europa) en favor del colectivo nacional (es algo que, fundamentalmente, se está traduciendo en las relaciones entre los trabajadores de unos y otros países con respecto a la empresa multinacional, ahora la lucha no es de los trabajadores con el patrono, sino de los trabajadores del país o región A contra los trabajadores del país o región B para, como mucho, mantener las plantas en su región o país y evitar «deslocalizaciones»). Esto se reflejaba en las relaciones con el trabajo («ser un buen trabajador significaba ser un buen griego», nos dice Sennett en relación a la panadería, 25 años atrás, cuando en la misma trabajaban solo griegos).

Pero, incluso esta conciencia de clase, se vuelve poco a poco más «ilegible» (y a ello dedica un capítulo), en gran medida por la desvalorización del trabajo (ya mencionada) en la introducción de nuevas tecnologías, así como la imposibilidad de generar una conciencia de colectivo por medio del trabajo (que, además, por temas organizativos -horarios personalizados, nada de turnos fijos, etcétera-, las interrelaciones dentro del trabajo se hacen más difíciles), todo ello genera una confusión entre los empleados, que siguen respondiendo que quieren que se les respete por ser un buen trabajador, pero las cualidades de qué significa eso ya no están tan claras como antaño.

Hay que sumarle a la apariencia y la profundidad, vivimos, nos señala también Sennett, en una sociedad en que no hay clases, al existir una forma común de hablar, vestir, parecer, pero ello es superficial, si leemos el mundo de esa manera no estamos atendiendo a las profundas diferencias que existen en el seno de esas sociedad, entre los individuos. Y existe un problema, como lo hay ahora, cuando los individuos no tienen «los códigos» para leer por debajo de esa superficialidad.

El fracaso

En una sociedad que vive dentro de un comercial televisivo, con unos referentes basados en el éxito ajeno y en la competencia, me pareció bastante interesante el capítulo que Sennett le dedica al «fracaso» en sí mismo. «El fracaso es el gran tabú moderno», asegura con toda la razón.

Toda nuestra cultura de consumo está orientada a la idea del «triunfo» (es el consumo una muestra externa de dicha victoria sobre… ¿sobre qué?). Vivimos en una sociedad que busca mil y una maneras de enseñar a triunfar (y que ofrece un día sí y otro también «atajos» imposibles para conseguirlo), pero casi nada nos prepara para el fracaso, y de ahí la importancia que le doy a las reflexiones de Sennett entorno a los programadores de IBM y cómo los mismos van asimilando y procesando el fracaso que han vivido.

Por medio de los ex trabajadores de IBM Sennett describe las fases de asimilación del despido (algo que afectó a buena parte de la plantilla de dicha empresa), desde la traición a la autoinculpación, pasando por la búsqueda de un «enemigo externo» (empresas subcontratadas en terceros países, directamente los trabajadores de dichas empresas, con lo que el igual de clase, para Marx, derrepente se volvió en «el enemigo», contradiciendo la propia idea de «conciencia de clase» que aun se mantiene en el pensamiento marxista).

La «autoinculpación» tiene más que ver con el «no hice» que con el «hice mal», con el desarrollo de «la carrera» que, por apoltronarse en los puestos dentro de una empresa con sistema paternalista en cuanto a las relación laborales (al menos hasta que decidió «cambiar»), no siguieron cuando pudieron.

Ahora bien, esas interpretaciones del fracaso tienen, señala Sennett, un componente narrativo particular: se fundamentan en «momentos repentinos», no generan una compresión del hecho que produce el fracaso de manera global y de largo plazo, elimina, así, enfrentarse de forma global al propio hecho del fracaso, lo vuelve un «incidente», y en el caso de la tercera interpretación, lo devuelve a la mano del control de quien ha sufrido el fracaso.

La conclusión a la que llega Sennett me parece fundamental en este apartado: «En el presente flexible y fragmentado sólo puede parecer posible crear narrativas coherentes sobre lo que ha sido, y ya no es posible crear narrativas predictivas sobre lo que será. (…) El régimen flexible parece engendrar una estructura de carácter constantemente «en recuperación».» Todo ello, además, en un contexto donde los individuos, que se centran en sí mismos, pierden los lazos cívicos con la comunidad a la que pertenecen (con excepción, en el caso estudiado por Sennet, de las comunidades locales religiosas).

Consideraciones finales: ¿La flexiseguridad inevitable?

Hace unos meses, al comienzo del curso, la Universidad de Valladolid organizó unas jornadas relacionadas con el ámbito laboral, y un Inspector de Trabajo vino a contarnos, a quienes asistimos a dicha jornada, qué se «cocía» en el ámbito del laboro, básicamente nos habló de la mentada pero nunca explicada «flexiseguridad», básicamente es la constatación de lo que ya pasa, pero en vez de verlo como un «problema» es reconvertirlo, por medio del lenguaje, en una situación sino «ideal» sí «natural», que socialmente debe ser aceptado y asumido, se presenta, dentro del discurso, como algo «inevitable» y, por qué no, «lógico».

Básicamente pinta una sociedad donde es imposible mantener un trabajo, esto es, una sociedad como la que destruye la posibilidad de narrativa de vida a largo plazo y genera los problemas que en el ensayo tiene Rico (y otros tantos), y ello responde a la nueva estructura productiva y al aprovechamiento (e impulso) de los cambios legales para transformar actividades las relaciones laborales.

Como medida de «equilibrio» para que socialmente se acepte esa nueva «flexibilidad» se ofrece un sistema social que dé seguridad, pero ello solo compensa, y en una medida muy pequeña, las pérdidas económicas que se producen por la pérdida del puesto de trabajo, y se realiza, en parte, para no sacar a las personas de los mercados de consumo y mantener la paz social, pero no se ha valorado, en ningún caso, los efectos que dicha «flexiseguridad» tiene sobre los sujetos que la sufrirán (o vivirán, si se prefiere), esto es, no se entra a valorar en ningún caso todos los efectos negativos que se plasman, sin ir más lejos, en la obra de Sennett acá comentada.

No estamos midiendo las consecuencias de las nuevas condiciones de trabajo para con el desarrollo personal y grupal en nuestras sociedades, que estamos aceptando sin problemas dentro de un discurso tecnocrático que envuelve decisiones político-empresariales de inevitabilidad lógica y necesaria, y a la larga lo vamos a pagar como sociedad, como ya hemos pagado otros errores comunes y constantes a lo largo de la historia.

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1Declarado en una entrevista publicada en La Vanguardia el 23/12/2009.

6 comentarios en «Comentario a «La Corrosión del carácter» de Richard Sennett»

  1. Me parecen muy, muy interesantes las posturas neo-marxistas, aunque no las comparto. Parten de una acto de fe: la lucha de clase como motor social universal y eterno, como única verdad. Entonces si en la época presente no es así, se debe a un encriptamiento y no a un cambio.
    Hacen falta nuevos modelos explicativos que permitan dirigir la acción hacia nuevos caminos, no reciclar lo antiguos.

  2. Salud

    La lectura que hace Sennett en el apartado de las clases sociales es bastante interesante, no señala sin más la existencia de un posible antagonismo o la lucha por los medios de producción (en realidad esto lo toca poco), sino que se fija en las identidades construidas, nos señala, además, la vinculación que tienen con el hecho étnico en un país donde todos son inmigrantes (por decirlo de alguna forma), y las consecuencias en la «hoja de vida» de la desaparición de determinados elementos identitarios que generaban discursos del yo.

    Sobre lo otro, bueno, todo aporte nuevo bienvenido sea.

    Hasta luego y gracias por el comentario ;)

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