Inmigrante, emigrante.

Todos los días se mueven miles de personas, del campo a la ciudad, de unas a otras, cruzando fronteras sin cesar, constantemente con distintas necesidades y distintos objetivos, no buscan lo mismo unos que otros, no tienen lo mismo, ni en derechos ni en posesiones, y aún así nos atrevemos a decir que nuestros países, ese occidente que tantos se desviven por defender sin mucha autocrítica (como poco, por ser el "menos malo"), son libres, que nosotros lo somos (desde un punto de vista político, se entiende) a la par que negamos la libertad al resto (y no, si tú no eres libre, yo tampoco lo soy, hablamos de libertad, no de privilegios).
Hoy a España, como todos los días, como en muchos otros lados, han llegado "oleadas de inmigrantes" indocumentados. Este hoy no se refiere exclusivamente al día en que se escribe esta entrada, perfectamente puede ser hace unos días o dentro de otros tantos, la situación no cambiará, no en el fondo, tal vez sí en los receptores de inmigrantes (hace no mucho España era un país de emigrantes, ahora lo es de inmigrantes), seguirá habiendo gente que intente cruzar líneas imaginarias que dan derechos distintos, convirtiendo los derechos en privilegios de los propios, defendiendo lo indefendible.

Hace no mucho, en términos relativos, leí (bastante mal, pero lo hice) una editorial para el programa De Igual a Igual (lo sé, aún no actualizamos la página :S), que dedicamos a la inmigración (y por tanto, a la emigración), acá se los dejo, ya que aún no está en la página del programa de Radio:

Emigrante, Inmigrante, viajero sin destino fijo que presta su trabajo, su vida, lejos de su gente, construyéndose un futuro más allá de las fronteras, ayudando a formar cultura, asimilando lo bueno, o no, de las costumbres locales, tan extrañas para él como para los demás las suyas.

Una necesidad imparable, por más muros que quieran construir, el pan de cada día debe ganarse con el sudor de la frente, aunque signifique recorrer medio mundo, sortear desiertos y cruzar bravos mares… Para que el inmigrante se vea rechazado en una tierra a la que ha ido a contribuir, sin entender por qué ahora su posición está tan mal vista, cuando los más grandes imperios se han levantado gracias a la migración, cuando el ser humano ha poblado toda una tierra por no conformarse con los lugares originarios. A fin de cuentas, todos somos iguales, sólo separados por unas murallas ficticias llamadas fronteras, que existen en las mentes de quienes quieren separar lo igual, y otorgar más derechos sólo por la sangre que corre por las venas.

Recuerden la historia de ese joven campesino que partió hacia una lejana ciudad, para educar a unos hijos aún no nacidos, para poder vivir sin tener que apretarse el cinturón cada dos por tres. No recuerdo si nos lo contaba un ecuatoriano en Madrid, o un argelino en París, o tal vez fuera un italiano en Buenos Aires o un chino en Lima, quizá un mejicano en Los Ángeles o, lo más seguro, un español en Munich… Ahora resulta que es un "problema".

Simplemente no se entiende un mundo en que las mercancías tienen más libertad de movimiento que las personas.