Mientras que tenemos una ilusión…

¡¡Qué bonita ilusión!! Todos los días navegamos entre una y otra deseando que sea el comienzo de un sueño que vamos a tener, el inicio de algo que no tiene que acabar, aunque todo el tiempo sepamos que el fin de las cosas parte desde su principio, que el tiempo no es más que un eufemismo para contar la distancia entre lo que comienza y lo que termina, porque nos gusta sufrir inventando el segundo para que sean eternos.
Pero ya estoy mezclando los temas, que ni quiero tratar del tiempo ni del fin sin comienzo, esto va de las ilusiones, que, como bien dice nuestra ambigua palabra, salta de un momento a otro de esa esperanza especialmente deseable a esa representación sin verdadera realidad, en este caso, fruto de una imaginación que no para de querer lo que en verdad no puede poseer.

Porque nos pasamos la vida ilusionados, o mejor aún, la meta que nunca nos pusimos va creando ilusiones a lo largo de nuestras vidas, una tras otra, que se superponen o yuxtaponen, según sean o no contradictorias, según creamos o no llegar a las dos sin tener que perecer en el intento físico de conseguir una contradicción, y así, forjamos nuestras historias de leyendas que no son más que una limitada consecución de las ilusiones que con tanto ahínco, casi siempre inconsciente pero igual de cansado, hemos ido creando para formar eso que llamamos historia de la vida, de la nuestra y de la ajena, que nuestras ilusiones van más allá de nosotros mismos e inundan todos los hogares, pampas, montes, nevados, selvas y demás, cubriéndolo todo sin ningún tipo de limitación, porque, señores, las ilusiones no se ven limitadas por ningún tipo de orden maestra de nuestra lógica más sencilla y básica, va mucho más allá, porque la ilusión forja los sueños, los cuales conducen la vida.

Pero los sentidos no engañan, y todo el castillo de naipes al final decide caerse, con nosotros en la cumbre del mismo, creyéndonos custodiados por los más poderosas gárgolas, cuyas miradas desafían al tiempo y a la propia existencia, pero son incapaces de cumplir con las expectativas, y caen como todo, ante lo que no es más que la realidad que percibimos. Aunque muchas veces la fortaleza de la ilusión cae mientras la construimos, y no por ello la caída duele menos, puesto que un sueño roto, un sueño aplastado por una mente que ha despertado, duele tanto o más que cuando ya se está culminando, absolutamente siempre romperá una parte nuestra…

Lo bueno, lo bonito, es que tendremos, aquí, ahora, y en el futuro, la capacidad más grandiosa para crear nuevas ilusiones, capaces de movilizarnos hasta lo imposible y más allá, de congraciarnos con lo que existe o pueda existir, pero esto depende de nosotros, no sólo de nuestro subconsciente juguetón que se empeña en ir por libre y no le hace ni caso a los sentidos y a la lógica; debemos ponernos el buzo de constructor y estar dispuestos a aceptar las ilusiones que nos da la vida, muchas veces vivimos para ellas.

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